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La policía te está extorsionando (dinero)

Y ahora estamos atrincherados dentro de la Biblioteca Vasconcelos. Incomunicados con el exterior. Hemos apilado miles de libros y muebles de caoba en las ventanas del primer piso para que no pudieran pasar. Algunos de nosotros, ya muy cansados, estamos tirados fuera de los baños tratando de recuperar el aliento.

La locura comenzó a medio día cuando de la nada, a toda la fuerza policiaca del Distrito Federal se le empezó a podrir la carne, los ojos se les pusieron rojos como banderas y sin razón aparente, se abalanzaron contra toda la población citadina. Resulta que el almidón utilizado en sus uniformes de poliéster había estado en contacto con una substancia extraña traída de China, que al rozar la piel de los oficiales provocaba cosas del diablo.

Yo iba saliendo del Metro San Cosme cuando el oficial de policía que estaba parado junto a los torniquetes, se lanzó contra una señora que cargaba sus bolsas del mercado. Primero le dio tres tiros y luego en el suelo, empezó a morderle el muslo; la espuma le salía de su boca. Se detuvo y con el rostro lleno de sangre y la carne en putrefacción, me miró. Todos huimos despavoridos.

Ya arriba en la calle, todo era peor. Gritos y disparos. Los tenderos de San Cosme trataban de derribar a un oficial que bajo el brazo cargaba a un alumno de la Secundaria 2, con todo el uniforme ensangrentado. Le lanzaban películas región 4 y zapatos, hasta que el más vivo le dio con un tubo y lo tumbó.

Corrí hacía mi casa. Unas cuadras dentro de la colonia, frente a mi calle, alcancé a ver de lejos luces de patrullas. Me desvié hacia Insurgentes, pero cuando me di cuenta, ya traía a las patrullas detrás de mí. De milagro vi detenerse en el Eje a un pecero al que unas niñas despavoridas, junto con su madre, se estaban subiendo; le chiflé y me dejó subir con ellas.

El pecero iba a toda velocidad y al cruzar Buenavista nos detuvieron a tiros: el camión rodó hasta la entrada de la Biblioteca Vasconcelos.

Gritos y gemidos. El fuego y los bigotes de los oficiales llenos de sangre y pedazos de tripas. Mi brazo roto.

De pronto, desde el interior de la Biblioteca, se escucharon gritos  -¡Entren rápido! ¡Debemos cerrar!- Había muchas personas: señoras, niños, jóvenes, y entre ellos,  mi padre y mi hermano. 


Me desplomé en un sillón de cuero guinda después de vomitar. Mi hermano me despertó con una botella de agua y me pidió ayuda para bloquear las ventanas del lobby y de todo el primer piso. Eso hemos estado haciendo desde hace horas sin parar.

¡Mierda! ¡Entraron por el estacionamiento! ¡Son un chingo y todos disparan! Veo como le disparan a mi hermano y le arrancan a mordidas el rostro a  mi padre.  Huyo y lloro y huyo, sólo huyo. Y ahora busco como loco la sección de poesía, esquivando las balas, porque no pienso ser devorado por un policía zombie sin un buen libro en la mano.


[1]Los celulares no existen en esta narración.
[2]Sí, todos los uniformes de la Policía del Distrito Federal eran lavados en el mismo lugar.

1 comentarios:

Sol [: dijo...

¡¡Qué cosas!! Me gusta.

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