Nos mudamos:

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A alguien se le está quemando la casa.


La primera vez que entré a su cuarto fue cuando estudiábamos juntas la secundaría, tan sólo diez años atrás  todo parecía más luminoso; la cama con manchas de sangre menstrual,  los posters de estrellas pop que aún no eran homosexuales y el closet saturado de ropa talla cero que nunca pudo embarrar en sus inmensas curvas. La última vez que entré a su cuarto todo se encontraba en la misma posición, como si el tiempo no transitara por aquella habitación, sólo faltaba la luz, o más bien, sobraba el tinte gris de su vida.
Su cuerpo sí que había vivido el paso del tiempo, sus formas se habían hecho más exuberantes, más llenas de grasa, ella era gorda muy gorda, cuando la vi después de diez años quise no reconocerla, la elefanta humana se acercaba y yo miraba el sol para quedar cegada, quería recordar su imagen regordeta llena de vida, sus senos tambaleando a cada paso como si se regodearan en el placer de su belleza, no a la elefanta gris, no a este adulto que se desbordaba de tristeza.
Tomé la decisión de telefonear a su casa cuando la jovencita extraña salió de la obscuridad y se paseo por mi cabeza,  permaneció bajo la luz, estoy hablando del sueño que tuve la otra noche cuando recordé sus senos: su redondez, su blancura y su pezón enormemente abultado me hicieron llamar, o más bien lo hice a causa de un cosquilleo que sentí entre mis piernas, por ese hueco que inicia en la panza y escurre en función de la gravedad y como magia se estaciona en el clítoris para hacerlo titilar.
La llamada no fue extensa:
-¡Hola Mónica! Cuánto tiempo sin escucharte.
- Luz, no me escuches, ven a verme que tú y yo tenemos algo pendiente- los titileos se convirtieron en explosiones volcánicas.
-Perfecto,  dime cuándo.
-Mañana a las diez de la mañana no estará mi madre.
Puntualmente estuve al otro día frente a la reja negra de su casa, toqué el timbre del altavoz que ya tenía la bocina rota, miré el jardín delantero en el que solíamos tirarnos a tomar el sol en pequeños shorts y blusas cortas, que subíamos cuando alguno de los amigos de sus hermanos mayores se acercaba a la casa. Salió una voz distorsionada del  alta voz- bajo en un segundo. La puerta se abrió y un cuerpo gigantesco se dejó ver; sus senos habían crecido al doble y sus caderas al triple; su pelo continuaba igual, negro brillante y lacio medianamente esponjado, pero esta vez era largo hasta la cintura;  sus ojos a diferencia de todo su cuerpo seguían siendo hermosos.
Me recibió con un abrazo, sin palabras tomó mi mano y a paso rápido me llevo por el garaje hasta las escaleras, subimos y cruzamos la cocina y la sala hasta llegar a su cuarto, cerró la puerta. Me miró fijamente y con ternura me sentó sobre la cama.
-Cuéntame, ¿cómo te ha ido en la vida? ¿ya eres una filósofa exitosa?
Sonreí – Mónica, los filósofos nunca son exitosos.
Se carcajeó – estás delgadísima ¿no estarás vomitando?- y se carcajeo más fuerte.
- Mónica, eso sólo lo haría a tu lado – reí.
- ¿Cómo me ves? ¿aún te parezco hermosa? – preguntó.
Nunca he podido mentir, así que fui simple – adoro tus ojos gitanos, reconozco que me han hipnotizado de nuevo.
Sonrió – espera deja voy a lavar mis dientes.
Me dejó sentada en la cama, observé las paredes, ahí seguía Ricky Martin con una sonrisa manchada por la humedad; las cortinas eran las mismas, rosas con dibujos de Hello Kitty, luidas por el tiempo; sobre su cama colgaba la madona que había ganado en un concurso con la rondalla de la Iglesia de San Pablo, y a lado en una silla, su capa atiborrada de las cintas que obtenía en las presentaciones que hacía con la rondalla todos los fines de semana desde hace quince años.
Entró al cuarto y posada frente a mí se quitó la ropa hasta quedar desnuda – se hizo un hueco en mi panza-, sonrió y enseguida se puso seria para decir - mírame bien y dime si te gusto, no tienes que hacer esto si no lo deseas. No podía mentirle, así que dije - sabes que eres una dulce pequeña seductora, sexy- sentí titileos en el clítoris.
Se abalanzó sobre la cama, me tumbó, desabrochó mis pantalones y los bajó furiosamente, ladeó mi calzoncillo azul para abrirse paso entre mis labios y clavar su lengua entre la espesura de mi vello púbico.  La punta de su lengua rozaba la punta de mi clítoris que punzaba como volcán en erupción,  lo cogió a lengüetazos, rápidos y firmes. Su saliva comenzó a escurrir entre mis nalgas hasta la cama, la colcha se humedecía, gemí  suavemente y ella gimió siguiendo mi ritmo.
-Me duele la lengua, la siento tiesa-  me dijo y sonrió.
-Es por falta de práctica- le dije y nos carcajeamos.
Besó  mi boca y sentí el peso de sus pechos sobre los míos, recordé la vez que los besé por primera vez y deseé hacerlo de nuevo, tomé su cintura y con gran esfuerzo giré su cuerpo para quedar sobre ella. Los miré detenidamente, grandes bolas desparramadas como huevos de avestruz en un sartén,  bajé mi cabeza y abrí la boca para que entrara su gran pezón, lo succioné, lamí el seno, succioné el pezón y lamí el seno  de nuevo mientras con una mano masajeaba el otro.
Me levanté de la cama para terminar de desnudarme, abrí sus piernas para meter mi cara entre ellas pero su mano me detuvo a medio camino, ¿estás segura?- preguntó,  antes no te gustaba hacer esto y supongo que ahora que estoy más llenita menos, en ese momento noté que le haría sexo oral a una elefanta gris, sentí pena ajena, quise dejarla acostada y salir corriendo pero tuve que mentirle y dije -Mónica, tengo un rabioso deseo, así que deja arrimarme a tu fuego, deja que me arrime nena.
Jaló mi cabeza y la restregó entre sus piernas, sus líquidos se embarraban en mi rostro y su sabor ácido se escurría entre mis labios, ella gemía incesantemente, tomé un brillo labial que se encontraba en el piso y lo clavé en su vagina, lengüeteé firme y rápido, ella gemía más fuerte haciendo una melodía extraña que se acompañaba con los golpeteos de la cama contra la pared. Me subí en ella y la rodeé con mis piernas, sus vellos púbicos y los míos se juntaron, la cabalgué, los golpeteos sonaban como truenos. Espera - dijo, es mejor que vayamos al suelo por que si mi madre llega se dará cuenta que a alguien se le está quemando la casa.
Se acostó en el piso, la vi tirada y me pareció una elefanta gris muerta a tiros por un cazador, sabía que yo era ese cazador, así que comencé a vestirme y ella comenzó a llorar, la elefanta ya había entendido que me iba y los dardos habían tocado su pecho.
-Es porque soy gorda- dijo.
 -No, no es eso, es que te has convertido en un ser muy triste y no te quiero recordar así – no pude mentir.
-¿En verdad te vas a ir? – preguntó berreando.
- No, vamos, deja a los buenos tiempos rodar y olvida esto – mentí una vez más, me agaché, acaricié su cara y en el momento en que sonrió salí corriendo.
                                                                

2 comentarios:

mery dijo...

muy controvertido tu escrito mi querida liz

Magos dijo...

Chale, a mí me encantó. Aunque he tenido un poco de náuseas.
Eres buena Liz, eres buena...

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