Nos mudamos:

www.ylosrinocerontesbostezan.com

Paria´s Blues

Para todo hay matices y para todo hay pendejos. Hay historias que duele escuchar y leer, lo ideal sería que no fuera uno quien las cuente, significaría pertenecer a un gremio de personajes que parece existir únicamente en la ficción: Los parias.
Ser paria es un pinche asunto o un asunto muy pinche más bien. De lo único que puedes presumir es de estar curtido, aunque sea para que te agarren de pendejo. Lo mejor es que al final los que salen pendejos son otros, pero de eso uno se da cuenta hasta que ya tienes la piel de dragón y los pinches ánimos arañando el subsuelo.

¿Y qué? El paria puede presumir de su visión particular; lo más cercano que un humano estará de apreciar la auténtica reducción fenomenológica. Es como abrir los ojos en la pinche caverna ¿Para qué coños quiere uno ver toda la mierda que hay afuera? Ya no eres un pinche ciego, estás consciente ¿Y luego? La verdad es que no hay mucho más, pero al menos da la oportunidad de no pisar la mierda que ya se pisó; eso nadie te lo quita, mucho menos los pendejos que siguen allá adentro. Es un consuelo mierda o una mierda de consuelo, pero es lo que hay.

Me llega a la mente la imagen de Bukowski, un borrachín asqueroso que se despertaba pedo, cagado y meado solamente para tragar cualquier porquería y seguir pisteando, escribir alguna cosa que fuera un destello de genialidad alcoholizada y repetir el ciclo interminable, una espiral descendente que de vez en cuando rompía haciéndole caso a su mujer en turno, siendo un cerdo misógino e incomprendido por nadie, porque sabía que era un asco de cabrón, pero no sabía otra cosa; él era eso.

Narrativamente siempre tiene algo de encanto ser el pinche perro apestado, el talentoso paria al que nadie quiso en vida porque era como un vagabundo asqueroso al que casi duele ver y que solamente logra ser reivindicado cuando ya lleva un rato pudriéndose bajo tierra, pero definitivamente no es para todos, se necesita un personaje que se desprecie lo suficiente como para llegar a tener ese tipo de grandeza, la grandeza de poseer el siempre despreciado capital de una miserable, y la nada glamurosa clase de honestidad, la clase de honestidad que enseña el mal camino que todos queremos seguir aunque sea una vez; al menos el orgullo softcore kamikaze de agarrar una tremenda peda y convertirse en el guacareado paria, al menos por lo que dure una fiesta.

“Yo soy un egoísta y miento, robo, me drogo, adoro beber, quiero tener sexo con mujeres que no amo, menosprecio a la gente, me creo la gran mierda, quiero estar presente en la vida de las personas y me desprecio profundamente, como cualquier otro gran egoísta. Ya no me cuesta aceptar cada arista mía, me gusta trabajarla y pulirla un poco. Un día soy la mejor persona al sur de la puta ciudad y otro día me importa un carajo todo y todos; a veces parezco una puta llorona y otros días sólo quisiera abrazar a una mujer y perder el tiempo de la manera más estúpida y feliz, hasta que me doy cuenta de que mis pensamientos parecen salidos de una de esas vomitivas “comedias románticas” que tanto desprecio y comienza de nuevo, casi podría describirlo como asco.

No sé hablar de felicidad, pero eso no significa que no la haya tenido nunca, eso lo dijo Cortázar. Me pasa algo así: no me atrae hablar de cosas felices, cuando estoy feliz no quiero escribir, quiero vivir mi felicidad y derrochar cada puto segundo antes de volver a la cotidianidad que me hace distinguir cuando estoy “siendo feliz”. Tampoco es un martirio interminable, es una condición que posibilita el conocimiento; eso es lo que la jodida gente nunca entiende”.

0 comentarios:

Publicar un comentario