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Pareciera que no me conoces


Llegó puntual a la cita, pidió un café espresso y abrió su cuaderno de registros para releer las historias que Carlos le había contado en los últimos meses. Revisó los pormenores del viaje a la India, registrados en dos apartados distintos: uno de la historia completa, obtenida en una charla de café, y otro con una lista de datos complementarios que obtuvo mediante una llamada telefónica.

Según la primera información, Carlos viajó en época de fiestas decembrinas a la India para cerrar un negocio millonario con una empresa distribuidora de té. Durante su estancia en el hotel conoció a una hermosa recamarera local de ojos color marrón y piel dorada, llamada Nandita; ahora ellos se encontraban viviendo un tórrido romance que se mantenía gracias a los viajes constantes de Carlos.

Cotejó la historia con los datos del segundo apartado, según los cuales Nandita ahora se llamaba Kajol, sus ojos eran azules y era una azafata que se hospedó en el mismo hotel que Carlos. Luisa sonrió al darse cuenta que las fallas de congruencia en esta historia eran mucho más evidentes que en otras; ya no eran esas nimiedades que no le permitían armar un buen argumento para confrontar a su amigo, ahora sí era obvio que Carlos le estaba tomando el pelo.

Sonrió de nuevo, le invadía el regocijo que produce la seguridad de una batalla que se inicia casi ganada, sólo tenía que pensar en la manera de arrinconarlo, de llevarlo al error, al punto en el que el desquiciamiento le hiciera confesar que era un mentiroso. Tomó una pluma y en una hoja blanca anotó los pasos a seguir: uno, jugar con los nombres: a lo largo de la charla nombrar a la chica Nandita y luego Kajol, hasta que Carlos note que estoy consciente de su error; dos, provocar la descripción: le pediré a Carlos que describa constantemente a su novia, haciendo hincapié en el color de los ojos; tres, confundir las historias: hablaré del trabajo de la chica, del decoro que supone ser recamarera y después del valor que se requiere para ser una azafata.

Continuaba revisando los pormenores del plan cuando una mano le tocó el hombro. Azotó la tapa del cuaderno y lo guardó en su bolso.

―Disculpa la tardanza, mi vuelo se retrasó y tuve que tomar un avión privado para llegar. Ya sabes, aunque los hindús se jacten de ser una economía emergente, siguen mostrando los síntomas de un país jodido.

―No te preocupes, me da gusto que hayas llegado, muero de ganas de saber qué ha pasado con esa chica tuya, Nandita.

―Sí, sí, Nandita. ¿Qué más te puedo decir de ella? Ahora tenemos problemas, menores, pero problemas. No sé si pueda seguir aguantando este ritmo de vida: viajar y viajar sólo por amor, no creo que a la larga sea redituable.

Carlos se sentó frente a ella, levantó la mano para que la mesera lo viera y pidió un café. Su vestimenta era perfecta: traje negro sin arrugas, camisa rosa, corbata del mismo color bien anudada, zapatos relucientes. Luisa sabía que absolutamente nadie pasaba tantas horas en un vuelo sin que sus ropas evidenciaran el castigo del viaje. Pero su cara mostraba hartazgo, sus ojos se cerraban con cada palabra que articulaba, era obvio que Carlos estaba agotado.
Por un momento pensó que debía abandonar el plan: A mí qué más me da la verdad: si miente o no, es su problema. Pero algo le decía que no podía seguir diciéndose amiga de un hombre al que conocía sólo por relatos. Después de diez años de amistad nunca había conocido a su familia, su casa, su trabajo, todo eran historias de éxito y fortuna.

―Carlos, no creo haya problema por el dinero, tú tienes mucho y en dado caso Kajol puede ayudarte con los boletos de avión, ella es azafata, algo podrá hacer.

―Por supuesto, me ayuda en todo lo que puede, pero aun así es cansado. Le he pedido que venga a vivir conmigo pero no quiere abandonar su vida. Ya sabes, las mujeres exitosas de hoy no están dispuestas a dejar su trabajo por amor.

Luisa no podía dejar pasar la confusión. Carlos, sin siquiera notarlo, caía en la trampa de los nombres.―No te desesperes, tienen poco tiempo de conocerse, es normal que la chica tome sus precauciones ante una decisión de esa magnitud. Aunque ahora que lo pienso, si tanto la quieres, podrías ser tú quien viva allá por algún tiempo, ella es recamarera,sin problemas conseguiría un buen cuarto de hotel para que vivas mientras descubren si en verdad quieren estar juntos.

Luego de ejecutar el segundo paso, observó fijamente la cara de Carlos, una sonrisa endurecida le deformaba la cara. Sin siquiera dar tiempo a una respuesta, Luisa arremetió con una pregunta.―Lo que nunca me quedó claro es cuál era el enigma detrás de los ojos de esa chica, a veces color marrón, otras veces de color azul, ¿hablaste siempre de la misma mujer?

Carlos se quedó en silencio, tomó un sorbo de café y llamó a la mesera.―Estoy muy cansado, ni siquiera entiendo de qué me estás hablando. Mejor iré a casa a dormir y después te llamo para que platiquemos con más calma. Se levantó de la silla, dejó tres billetes en la mesa y le dio un beso de despedida.

Lo vio andar hacia la puerta, una rabia incontrolable la hizo levantarse del asiento para correr tras de él. Lo alcanzó y tiró con fuerza de su brazo para detenerlo. Carlos continúo andando. Luisa a gritos le pidió que se detuviera, pero el hombre estaba decidido a marcharse. Luisa siguió gritando, escupía sin piedad las palabras:

― ¡Mientes, mientes, mentiroso! Todos estos años has creado una vida falsa, y qué, ¿crees que soy tan estúpida como para seguir creyéndote? Da la cara, es momento de que aceptes que me has estado tomando el pelo. No seas cobarde. Si en verdad eres mi amigo dime la verdad. ¿Por qué me mientes, Carlos? ¿Quién demonios eres?

Carlos paró la marcha, la miró fijamente y tomó su mano, ―Luisa, me asustas, pareciera que no me conoces. ¿Otra vez estás en lo mismo?

― ¡Cállate! ¿En qué voy a estar? Llevo semanas revisando tus historias y todas son una mentira. Ahora lo sé todo, alguien te ha mandado a hacerme daño.

Carlos la tomó entre sus brazos y la apretó con fuerza mientras ella seguía gritando. Entre más fuertes eran los gritos más la hundía en su pecho. Luego de un rato los gritos de Luisa se fueron ahogando hasta desaparecer.―Ven, tranquilízate, te llevaré a casa.

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