Nos mudamos:

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Culpabilis

La situación en la que nos conocimos no fue la que yo hubiera querido; bueno, nunca es así en mi trabajo.

A unos minutos de su muerte llamaron a la ambulancia para ver si podíamos salvar al herido, aunque de antemano se sabía que era un caso perdido. Pero había que cumplir un protocolo.
Cuando llegué al lugar del incidente, corrí entre charcos para alcanzarlo. Él yacía en la banqueta, con su mano cubriendo el orificio que una bala había hecho en su robusto cuerpo. Era inútil, tapar la herida con el dedo era como tratar de evitar tu destino.

Algunos cuantos curiosos lo rodeaban sin tocarlo ni cubrirlo; parecían disfrutar de su agonía. ¡Abran paso! grité, y el círculo se abrió. Al preguntarles por lo que había ocurrido, pareció como si les hubiese pedido que me confesaran sus pecados. Todos se quedaron callados.

Tomé su mano, sus signos vitales eran muy bajos y supuse inmediatamente que iba a morir pronto, así que tomé la decisión de apretar su mano para que sintiera algún apoyo o al menos calor humano.

Le pregunté su nombre, Ramón Díaz ¿edad? 43 años, ¿familia?... ¿para qué le preguntaba tantas tonterías? lo único que estaba haciendo era agotarme su aliento.
Mejor me callé y dejé que sus últimas palabras salieran libremente. Entonces apretó mi mano y entre sangre, vida y muerte me suplicó, le juró que no soy malo, redima mi reputación o lo que sea que eso signifique, levante memoria de mi nombre, no deje que me muera sucio…

Agobiado por el entorno y con indecibles ganas de llorar, sus palabras se desvanecieron en mi mente y por unas cuantas horas olvidé por completo lo que Ramón me había dicho.

Camino al hospital, uno de los acompañantes rompió el silencio diciendo el Ramón era un tremendote, lo hubiera visto usté doc, una balita el condenado, se traía a todos cortitos y si nos poníamos al tiro con él, nos daba con la macana en la panza. Na’mas mírelo ahorita mi doc, bien muertito, hasta parece un ángel. Cómo se burla de nosotros la vida, ¿verdá? y soltó una leve sonrisa.

Cuando llegué a casa me duché. No sé por qué me sentía sucio, como si alguien hubiera aventado sus culpas en mí, esas culpas que aunque no sean de uno nos pesan.

Traté de dormir pero no pude; y en mi cama vacía daba vueltas desesperado, empapado en sudor, con ganas de vomitar. Algo me decía que mi malestar era causa de Ramón y cómo su muerte me impactó tanto, qué raro, pensé, si siempre veo desfilar cadáveres frente a mis ojos, ya hasta los saludo.

En medio del agotador insomnio, recordé las palabras de Ramón no deje que me muera sucio… ¿a qué se refería? ¿a una suciedad corporal o espiritual? Sería muy absurdo pensar que a una suciedad corporal, al fin y al cabo eso no pesa tanto.

Esa idea no me dejó en paz y después de dormir dos horas, me levanté dispuesto a callar la voz que se repetía como grabadora en mi cabeza. Así que tomé el día libre para investigar sobre Ramón.

Fui al hospital para ver si ya habían reclamado su cuerpo pero no, ahí seguía entre otros tantos cuerpos que estaban en espera de perder su singularidad para ser disueltos en el todo, en la fosa común.

Chequé la documentación y vi dos credenciales, la que lo identificaba como el “Policía Ramón Díaz” y la otra, la de elector Nombre: Díaz Ramón Edad: 45 Sexo: H Dirección: Oriente… Colonia de Canal de Sales, Municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México.

¿Qué está haciendo? Me dijo un uniformado, -checando alguna información- ¿y a usted que le importa si ni su familiar es? -ah, pues por pura curiosidad, ¿tiene algo de malo?-  Na’mas acuérdese de lo que le pasó al gato, mi doc –bueno, pues por sonso el gato, ¿no? A todo esto, a usted qué le importa- No, pues… se me hacía raro volverlo a ver y ahora tan interesadito en el Moncho, ¿no me diga que ya no se acuerda de mí? nos trajimos juntos el cuerpo del Ramón –claro, ya lo recuerdo. Oiga, ¿usted es algo del difunto?– No, bueno…este… pa’que le digo que no, yo soy su único familiar pero no de sangre, su único compinche, el único baboso que estuvo a su lado en todas las porquería que hizo el Moncho. Y soltó una lágrima que inmediatamente limpió. ¿Qué va a pensar de mi doc? Que soy un maricón, pero no se la crea, el Ramón era el Ramón, aunque al último estaba irreconocible, quién sabe por qué.

Lo invité a tomar un café para platicar sobre Ramón y aceptó, creo que tenía deseos de desahogarse con alguien y eso me convenía a mí, pues necesitaba información sobre el policía, pero más que necesitarla, mi mente exigía la liberación de esa voz no deje que me muera sucio.

Camino al café,  Pedro –por fin supe su nombre- iba cabizbajo, casi no me dirigió la palabra ni la mirada, pensé en algún momento que se había arrepentido de acompañarme. Cuando llegamos al lugar no sabía cómo empezar la conversación, me sentía avergonzado por utilizar a Pedro para mi propio beneficio –o el de Ramón- y ni siquiera pensar en él o en cómo se sentía después de la muerte de su amigo. 
Y solté todo, -si Pedro, si lo invité por un café fue porque… cómo decirle… necesito su ayuda. En lo que pueda ayudarlo mi doc. -Ramón, antes de partir, me dijo que no lo dejara morir sucio ¿usted sabe a qué se refería?– ese hijo de la …, perdóneme mi doc, pero Ramón era un desgraciado y su semblante frágil se tornó adusto ¿cómo se atrevió a pedirle eso? Después de todo lo que hizo ya ni rogar lo iba a salvar de irse al infierno.

No sabía si seguir, tenía miedo de despertar en él malos recuerdos de Ramón. -Mire, yo necesito que me cuente lo que sepa de él porque no me dejan en paz sus últimas palabras–.

Qué le cuento doc, por dónde empezar…Ramón era hijo de madre soltera, Doña Roselia, una mujer preciosa la condenada, trabajadora, bondadosa, honesta, la verdá nada que ver con su hijo. El Ramón entró a la primaria aquí en el estado y apenas la terminó, empezó la secu y por puro colmillo pasó. Yo sabía que se aburría de las clases y del tipo de maestros que le ponían, decía que no sabían nada de la vida, pero dígame usté, ¿qué iba a saber Ramón de la vida si apenas tenía 16 años? Pues aunque no lo crea, Ramón si sabía a lo que se refería, no hablaba na’mas por hablar. Me acuerdo de que les pasaba un Hidalgo a los profes, a veces una Sor Juana para que lo pasaran, canijo Ramón, desde chiquito empezó de cochinote y no era tan malo, lo que pasa es que su mamá nunca estaba en casa y el Moncho aprovechaba para salirse a echar el desmán con sus compas del barrio. De ahí aprendió todo.

Total que terminó la secu y ya no quiso estudiar, siempre decía ¡que estudien los burros!, y vaya que tenía razón. Fíjese, yo terminé la carrera en una universidad de paga y miré dónde acabé, pero no estamos hablando de mí, ¿verdá? Su jefecita le rogó que se pusiera a chambear, pero honradamente, no como sus cuates. Y digamos que si lo hizo, entró a la policía, una chambita honesta, ¿no? 

El Ramón entró y lueguito empezó a sacar el colmillo, ni lento ni perezoso aprovechó su autoridad para hacer lo que quería: que las mordidas, que la patrulla para subir a sus cuates y cuatitas, que dizque llevaba prisa para llegar a una emergencia y ponía la torreta para que le abrieran paso cuando había tráfico, ¡cómo se reía de la gente el Ramón!

Todos lo conocían bien por lo que hacía y mire que no por sus buenas obras, eh? Con decirle que una vez íbamos los dos, así como Pedro Infante y Luis Aguilar en las motos, y que vemos a dos chavos pandrosotes, chancludos, rastudos y que me dice- mira, seguro están pachecos y si no, ahorita los pongo- ¡y que se nos pelan los chavos! No lo hubieran hecho. Los alcanzamos y les dimos la golpiza de sus vidas, les quitamos sus celulares y su dinero, poquito pero traían.

Sí mi doc, así como esa historia le puedo contar otras tantas que le aseguro menos lo dejarían dormir.

Pedro guardó silencio, yo lo respeté. Hasta ahora todo lo que me había dicho no me servía de mucho, faltaba algo que pudiera darme a entender el porqué quería limpiar su memoria Ramón, su reputación. Le pregunté a Pedro, ¿y siguió siempre así? ¿O por qué querría que no lo dejara morir sucio?

Pensé que no me quería responder, pues su mirada fija en el café me daba indicios de un dolor profundo que amenazaba con renacer. Sin embargo, le dije a Pedro que si no deseaba seguir hablando sobre Ramón yo lo comprendía, no doc, si quiero, discúlpeme, es que… Ramón cambió cuando le mataron a su mamá. Fue un 17 de octubre cuando la vida del Moncho no volvió a ser la misma, para bien o para mal. Recuerdo bien la fecha, cómo olvidarla doc. Doña Roselia, esa buena mujer, mmm… le dije que era muy guapa, ¿verdá? Pues… ella y yo tuvimos una relación a escondidas de Ramón, me llevaba 15 años y eso me encantaba, además que estaba muy bien a su edad. Me enamoré de ella de tanto ir a la casa de Ramón, ella nos cocinaba porque justamente a eso se dedicaba, bueno, eso nos decía. Total que un día nos quedamos solos, fui a buscar al Moncho para entregarle un dinerito que le debía pero no estaba, se había ido tempranito a un saqueo en el centro. Y que me dice la Roselia, -pásele, no está mi hijo pero si quieres espéralo no creo que tarde, sirve que me haces compañía- y pasó lo que pasó mi doc, no le voy a contar los detalles porque esos son míos. Duramos 2 años juntos, a escondidas del Ramón, hasta que… miré, le suplico que no me juzgue y que no salga nada de esta conversación porque si usté dice algo, yo le aseguro que lo dejo mudo ¿de acuerdo?

Sabía que me estaba amenazando y no me importó –de acuerdo- le dije-. Yo era buena persona y aunque me juntaba con Ramón nunca quise ser como él, claro que me tocaba una buena parte de lo que sacaba de sus tranzas, pero nunca participé directamente en lo que hacía, sólo un poquito. Si me hice malo fue por Ramón, por su traición. Le presentó a su mamá un comandante de la división en donde estábamos, muy galante el señor y con muchas palancas para ascender al Moncho de puesto. Y al comandante le gustó inmediatito la Roselia aunque le aseguro que no estaba enamorado de ella como yo. Eso mi doc, fue un golpe bajo para mi por parte del Moncho. Pero si Ramón no sabía lo de usted y Roselia, ¿cómo va a ser traición? No se haga doc, usté sabe, o al menos eso quiero suponer, que el amor se huele, se percibe por más que queramos ocultarlo. No le importó al Moncho que yo amara a su mamá, si bien que sabía que me volvía loquito, lo que hizo fue por pura ambición. Y me volví un animal doc, mucho más al enterarme de que la Roselia se iba a casar con el comandante, ese era el pacto de Ramón y el señor, una boda y eso sería el pase para el ascenso de Moncho.

Los encuentros que teníamos la Roselia y yo se interrumpieron cuando empezó a salir con el comandante, me pidió que no la volviera a ver, que era un niño confundido y que seguro iba a encontrar a una mujer joven para mí. No me tragué ese cuento doc, y al mes de casada que me lanzo para su casa, con todo y uniforme. Me cercioré de que no estuviera el comandante y una vez que se fue, entré y la tomé de la cintura, le dije que la amaba y que no quería que fuera de nadie más… hasta recuerdo su sudor, como de toro antes de morir. Se resistió y sacó un cuchillo de la cocina para amenazarme, pero no le sirvió de nada, yo le gané y le di un balazo que la hirió de muerte. Salí corriendo, iba temblando y tropecé dos veces con la gente.

Cuando Moncho se enteró del asesinato de su mamá, lueguito pensó que había sido el comandante porque los vecinos le dijeron que vieron correr a un uniformado, pero no dieron más detalles de la vestimenta.

Yo le metí cizaña y le dije –ya ves, solo la quería el comandante para un ratito y todo esto es por tu culpa, por tu ambición- y el Moncho se la creyó.

Ramón no hizo nada en contra del comandante, sólo lo denunció. No se hallaron pruebas contra él y se cerró el caso por órdenes superiores. ¡Imagínese usté qué dirían en los medios si un policía está involucrado en un homicidio! Seguro lo sabe la gente, pero no hacen nada en contra de nosotros, aquí seguimos siendo la ley.
 
Si Ramón no mató al comandante fue porque le hice creer que todo fue culpa de su ambición voraz, del comandante no porque Ramón sabía cómo era ese desgraciado. Y ahí empezó el nuevo camino de Moncho, tratando de hacer bien las cosas para redimir sus culpas.

De verdá doc, trató de hacerlas bien, todos los días llegaba tempranito y se iba bien tarde, ya no aceptaba mordidas, hacía bien su chamba, hasta me dije –al menos la muerte de su madre sirvió para algo jejeje-. Ay mi doc! pero como dice el dicho, crea fama y échate a dormir, así va ¿no?

En ese instante me dieron ganas de escupirle en la cara a Pedro, ¿cómo se atrevía a decir que Ramón era un desgraciado si él también lo era? Pero me quedé callado.

Sí, Ramón era otro, pero de nada le sirvió, nadie se tragaba el cuento de su nuevo yo. Pensaron que se había vuelto loco y no lo estaba, lo único que hacía era tratar de limpiar su gran culpa: la muerte de su madre. El día que usté llegó y lo vio tirado a punto de morir, Ramón acababa de salvar a una señora a la que habían tratado de secuestrar, na’mas que los rateros le ganaron y le dieron un balazo que lo mandó derechito al infierno, donde debe de estar, y huyeron los desgraciados. Yo no pude hacer nada por él porque estaba dando mi rondín por otra calle y cuando llegué era demasiado tarde. O más bien, era la hora de Ramón.

Me contuve las ganas de llorar, otra vez el sentimentalismo invadió mi cuerpo. Y no lloraba por Ramón sino por el cínico que tenía enfrente, él merecía morir y no Ramón ¿o estoy equivocado?  Júzguelo usted.

Salí corriendo del café, hastiado de todo lo que me había dicho Pedro, y a lo lejos solo escuché no se enoje mi doc, usté mi pidió que le contara, ¿no? ¡Oiga! ¡No se me pele! ¡lo voy a dejar mudo!

La voz de Ramón dejó de repetirse en mi cabeza, se estaba desvaneciendo hasta que lo hizo por completo. A Pedro no lo volví a ver pero juré que el día que lo volviera a encontrar lo mataría ¿por qué? No lo sé con certeza, sólo sé que alguien debía hacer justicia por lo que Pedro había hecho. Es por eso que todos los días traigo una pistola conmigo, para cuando llegue el momento. 

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