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Mercado ciencia

Definitivamente hay que luchar contra el mercado económico o resignarse a ser un producto más de él. Ya se cuestionaba el profesor Jorge Rodríguez en una clase de mi primer semestre en la universidad: ¿Por qué si la ciencia y la tecnología han avanzado tanto y pueden mandar a un hombre a la luna, no pueden hacer un gansito que sepa rico y no me engorde?

La frase chusca y aparentemente irrelevante buscaba hacernos ver una realidad que parece estar rebasándonos: la ciencia no responde por el bien del hombre, como nos quieren hacer creer, responde a intereses económicos y muchas veces estos intereses puestos al servicio de la técnica y el poder, destruyen el  ideal fundamental de la ciencia, el conocimiento para el bien de todos los hombres.

Así como parece imposible encontrar en alguna tienda un delicioso gansito que no dañe a nuestro páncreas, es también imposible “descubrir” el medicamento que cure al "sidoso", que lo aleje de la tortuosa necesidad de consumir cocteles de medicamentos que minan más su sistema inmunológico y que en lugar de curar, socavan sus posibilidades de vida; es imposible sacar del infierno al "enfermo mental", y para compensar, sólo se le prescriben drogas legales que inhiben la tristeza, y como consecuencias “secundarias”, la posibilidad de tener un orgasmo, la libertad de pensar, el derecho a sentir melancolía por un mundo que se destruye y se lo está llevando entre las patas.

Estas imposibilidades se sustentan en el mercado y la rentabilidad, pues parece una casualidad muy curiosa que las grandes farmacéuticas, poseedoras del gran capital y de las condiciones para hacer estudios científicos de gran magnitud que ayuden a solucionar problemáticas de esta índole, sean las que venden los medicamentos y que además, consigan la mayor cantidad de sus miles de millones de dólares a costa de las filas de "sidosos" y "locos" que en todo el mundo abarrotan hospitales y consultorios.

Pero hablar de la ciencia hoy en día y decir que está  puesta al servicio del mercado y que es un ente maligno parece decirnos nada, pues aunque tendencias como la globalización y el neoliberalismo que tienen como función reforzar el capitalismo voraz y al mercado como ente omnipresente y omnipotente, hayan acogido esta vez la figura de la ciencia como estandarte para propiciar el enriquecimiento de unos cuantos, ya otras veces la ciencia se ha puesto al servicio del poder fundamentando en la diferencia entre los hombres, distinguiendo entre razas y sirviendo de justificación para la matanza del “diferente”. La técnica en favor del nazismo es un ejemplo que se recuerda todo el tiempo,  pero si escarbamos un poco encontraremos más, el caso en Guatemala de las 5500 personas (prostitutas, prisioneros de cárcel y enfermos mentales), que fueron infectadas de virus como gonorrea  y sífilis por médicos estadounidenses que buscaban medir la eficacia de la penicilina, es un episodio más que nos recuerda que la ciencia tiene un lado obscuro, que se está desviando del camino.

El desarrollo de la técnica circunscrito en el cientificismo ha llevado a la objetivación del hombre, a la deshumanización del que hacer científico, sólo basta ir a un hospital para saber lo que se siente ser un objeto diseccionable; acudir a un museo para observar una “maravillosa” exposición con cuerpos humanos plastificados, hombres que alguna vez tuvieron historia y hoy yacen como objetos; o simplemente preguntarle a un niño, "¿Qué es tu cerebro?" para escuchar un discurso plagado de tecnicismos científicos y darse cuenta que el pequeño nunca remite a la experiencia misma de la vida, al pensar.

Hay muchos reclamos que hacerle a la ciencia, pero sería un error olvidarnos de aquellos otros científicos, hombres y mujeres replegados en los salones, en los cubículos y laboratorios de las escuelas, que se desvelan por producir conocimiento para el bien de la sociedad, que han iniciado una batalla en contra de aquella ciencia dominada por los intereses del poder,  y que si se hallan aparentemente gritando en voz baja, es sólo porque son callados por no ser funcionales para los intereses del mercado, para aquellos que ostentan el poder.

El reclamo debe ser dirigido hacia la figura del científico de pacotilla, aquellos que dañan la imagen de la ciencia, la venden al mejor postor y olvidan la razón por la cual la producción del conocimiento adquiere sentido, olvidan el respeto y la dignidad de ellos para después dañar la de los otros, a aquellos que justifican su ambición en el nombre de la ciencia.

La ciencia tiene que re-pensarse, planteaban ya a mediados del siglo XX los pensadores y científicos de la escuela de Frankfurt. Sin duda alguna la labor se está llevando a cabo desde los pequeños nichos que aún nos quedan, en donde las escuelas públicas juegan un papel fundamental, pero la urgencia cada vez es mayor: el mercado y la figura del estado policial también amenazan estos espacios que antes parecían no importarle, la privatización de las universidades públicas ya no es una realidad alejada, la matanza de estudiantes es descarada: profesores y alumnos universitarios muertos en tiroteks entre narcotraficantes y policías, alumnas violadas en manifestaciones, normalistas manifestándose muertos a tiros por policías. La excusa sólo es una y se legitima, son revoltosos que hacen daño a la paz del país, yo diría más bien que son los que están inconformes y comienzan a gestar una lucha, son los que amenazan la paz de los poderosos.

Pero a la par de re-pensarse hay que iniciar una batalla frontal y apoyar las resistencias que crecen, formas hay muchas y tenemos a la misma ciencia para dar cuenta de los errores, pero para ello hay que dejar el cubículo, el hermetismo. Hay que empezar a creer más en el sujeto que en el objeto, dejarnos llevar más por esto que está sucediendo y menos por la realidad pre-construida en un escritorio,  ir a las calles que reclaman la divulgación del conocimiento, a menos,  que el verdadero científico quiera convertirse en  un producto más del mercado. 

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