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Parte médico

Hace dos semanas que se murió mi padre y sigo sin poder conciliar el sueño, no he dormido bien, estoy obsesionado, no estoy triste.

Estuvo enfermo por más de dos años, seguramente disfrutó sufrir, no era muy normal, jamás olvidaré sus ojos fríos, agresivos, penetrantes. No alcanzó a enseñarme a ser su hijo, no hubo drama ni últimas palabras como en las películas, el tiempo no se detuvo dramáticamente, ni se escuchó música de fondo que encapsulara el momento de la despedida en una postal.

Se murió de sábado para domingo, como diría mi abuela. Mi madre cansada y desgastada fue a trabajar el lunes, ahora con la tarea de tener que tramitar un acta de defunción. Yo sigo sin dormir, me recuesto y veo el techo color gris sin acabado que caracteriza mi casa, apago la luz y trato de explicarme lo que es estar muerto; oscuridad, silencio, mente en blanco, pero no, no tengo éxito, sólo atino a dejar de respirar pero mi cuerpo me desalienta con su desesperación y su natural reacción a sobrevivir.

¿Qué se sentirá desaparecer? Para cuando comienzo a quedarme dormido, me doy cuenta de que ya está a punto de amanecer. Ya son casi dos semanas en que la obsesión me absorbe, dos veces que mi madre me pregunta si estoy triste, dos veces que he mentido sin razón alguna. Hoy vinieron los primos a llevarse sus trajes, sus abrigos, las corbatas y camisas que dejó, pasaría mucho tiempo antes que yo los pudiera usar, mi tía me hace entender que así es mejor.

Nunca he tenido un sentimiento de apego a nada, no me causa la menor conmoción ver el botín que abandona mi casa. Es tarde y sé que no voy a poder dormir, rondaré y rondaré el mismo tema sin siquiera estar cerca de encontrar una respuesta que calme la ansiedad.

Hace mucho que no veía a mi madre sonreír. Se sentó en la mesa con una taza de café a sopear una concha y poner atención a la tele. La muerte de un esposo debe generar sentimientos poderosos, al menos eso me imagino yo. La persona con la que estabas acostumbrada a platicar, con la que dormías todas las noches, con la que hiciste planes, esa persona ya no está, pero a mi madre le pasó desde hace dos años. La muerte de su esposo debió haber sido un mero trámite del que ya estaba agotada. Él pasó los últimos años de su vida recostado en una cama de hospital y ella durmiendo en incómodos sillones a su lado; por mi edad, nunca pude verlo en ningún cuarto de nosocomio. Mi mundo se reducía al frío de las mañanas o de las noches en una sala de espera con incomodas sillas de plástico color naranja y un penetrante olor a antibiótico mezclado con el vapor del señor de las tortas de tamal y el café de olla; aburrido y desconcertado, sin saber cuál era el objetivo de estar ahí si no lo vería. Vi desfilar a la familia de mi madre por los pasillos, desaparecer en puertas que me eran prohibidas; bajaban del cuarto y se entregaban cual estafeta "el pase", yo sólo cambiaba de tutor. Ahora me cuidaría mi tío el que siempre me compraba chicharrones, ahora me cuidaría mi tía la que me abrazaría para hacerme dormir. Las jardineras llenas de basura y arbustos secos eran el paisaje que veía desde los grandes ventanales, gente preocupada, gente dormida en el suelo, muletas, vendas y señoras uniformadas de gris tratando de barrer y trapear lo imbarrible e intrapeable.

Aquella taza de café y aquel programa trivial en la tele que la hicieron sonreír deben ser los primeros indicios de que todo ha acabado, al fin. No sé por cuánto tiempo más, seguiré intentando dormir al mismo tiempo que intento saber lo que es morir, supongo.

Me gusta pensar que todos se han obsesionado alguna vez con la idea de saberse muertos. He visto cuatro cadáveres en mi vida, todos ellos desde los brazos de alguien que me sujeta por las axilas debido a que mi estatura no me permite ver directamente al interior de los ataúdes. El de mi padre es plateado, lucía muy burdo y pesado; la noche en que lo velamos hacía frío, olía a flores, había mucha gente, murmullos, lágrimas y a veces risa. Ha sido la reunión más extraña que he visto, no sé, simplemente rara. Lo enterraron el domingo a medio día bajo el sol que tanto odiaba. La gente se acercaba a decirme que quisiera mucho a mi madre y que mi papá ahora nos cuidaría desde el cielo, lloré cuando empezaron a echar la tierra, sabía que ya no había vuelta atrás, pensamiento extraño y un tanto absurdo, si, lo sé... ése fue el justo momento en que todo comenzaría a desquiciarme en silencio, cada noche de las últimas dos semanas, intento ser como mi papá, un cadáver.

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