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¿Por qué la muerte es tan indecible y desgraciada?

Ahora que el tema está de moda, escribamos sobre él, no crean mucho en mis palabras, que aún suelen levantarse y salir huyendo de mi incapacidad para expresarlas.

“Vivimos en un mundo invertido donde la verdad es un momento de lo falso.”
(Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo)

Las verdades son construcciones sociales que justifican nuestras formas de vida; en la actualidad el pensamiento científico es el verdadero eje que tiene como principio  fundamental  el control absoluto de todo lo que nos rodea  y nos conforma. Otra premisa de este modo de vida es el tiempo, y no en su veta infinita, sino más bien como el constante recordatorio de su escasez, el famoso “justo a tiempo” que nos convierte en el conejo que Alicia persigue, que con el reloj en la mano va cantando lo tarde que es, para quién sabe qué.

A simple vista parece no haber problema, control y tiempo se llevan de maravilla, pero basta darle una hojeada a nuestra vida para darnos cuenta de la mentira. La terrible odisea que tenemos que vivir día a día para lograr el control de todas nuestras actividades en el menor tiempo, nos frustra ante nuestra incapacidad, ¡que levante la mano con orgullo el que lo ha conseguido!, aun así seguimos aferrados a la idea de control, risible pero cierto, creemos poder controlar nuestros estados depresivos, vidas enteras de traumas se arreglan con sólo leer un libro de auto-ayuda, aquellos grandes lectores que leen las reglamentadas 134 palabra por minuto pueden deshacerse de su depresión “en menos de lo que canta un gallo”, y una vez más, pobres de aquellos incapaces de lograrlo.

Y  tal vez se pregunten ¿a qué viene a colación el control y el tiempo cuando se supone debemos hablar de la muerte? Sencillo, vivimos dentro de un espectáculo donde jugamos con la idea de controlar todo lo que nos rodea, pero eso sólo es posible en el tiempo de la vida (imagínense los micro- miniatura que son los años de existencia de un  humano comparados con el tiempo de vida de la tierra, ¡pofff!, definitivamente el tiempo es escaso). La vida es como una línea recta que se termina hasta topar con la muerte,  al encontrarnos con ella se acaba el juego, y si no lograste tus metas previstas, mueres como un fracasado. No sé a ustedes, pero particularmente me asusta mucho, pues la muerte ni siquiera avisa. Por más que el discursito médico juegue a controlar hasta el día y hora de tu muerte; a una tía mía le detectaron un tumor en el cerebro y la desahuciaron a 3 años de vida y eso fue hace más de 10 años. Mientras estemos vivos  podemos reconfortarnos siendo parte de la ilusión del control total.

¿Qué carajos pasará con nosotros al morir? ¿Entraremos en ese espacio completamente oscuro y nublado del gran y eterno misterio? Eso sí sería tener tiempo, sin embargo no  podemos aferrarnos a ninguna verdad que nos justifique nada, ni siquiera sabemos si hay algo que justificar del otro lado. Lo cierto es que de ser los todopoderosos controladores de todo lo visible, pasamos a ser polvo, la abrupta y terrible realidad: no somos nada.

En la antigüedad,  hace ya muchos pero muchos años, disperso en el tiempo, para las llamadas sociedades “premodernas”, (aquellas formas de vida “primitivas” que aún se aferran a existir, dirían los grandes defensores del “progreso”), la verdad era otra, la vida no se podía conservar sin la muerte porque una era la parte complementaria de la otra, y en contraste, no se  pretendía el control sobre nada, la tierra madre se aceptaba como el ser incontrolable que es, no se podía controlar ni el tiempo ni el ser mismo, o al menos no en su totalidad. Se requería un arduo trabajo para llegar a comprender simplemente los principios del autocontrol, para esto se necesitaba tiempo que en ocasiones iba más allá de la vida, era un tiempo cíclico donde no se notaba la línea divisoria entre la vida y la muerte, la muerte era vista sólo como un trance no como un fin y se respetaba como parte del misterio de la naturaleza de la vida.

Pues ya que hice una pequeña parada para echar un vistazo en otro tipo de verdades respecto de la muerte y dadas mis condiciones de vida, no hay tiempo para aunar en el tema, regreso a la actualidad, donde  el pánico inunda al  pensamiento científico al  hacerse cargo de la desgraciada  muerte, pues por más discursos y discursos que se crean (el médico, filosófico, jurídico, moral...), no logra controlarla, y decide cedérsela  a su  fiel e incondicional amiga, que no sólo la acompaña en la carga que implica la muerte, la lógica mercantilista, quien se encarga de sacarle el mayor provecho mediante su arma más poderosa, la banalización, planteando así las reglas de su propio juego: Primera y más importante, todos y todo pueden y deben ser mercancías, si no lo son, no vale la pena que existan, y desgraciadamente con la existencia de la muerte no se puede hacer nada. Toda jugada debe de estar fríamente calculada bajo los términos de costo beneficio, error o logro debe comprobarse medido según la regla del éxito comercial. No hay espacio para  ilógicos y baratos sentimentalismos, pero como se es un poco flexible te dan espacios controlados para llorar y reír, pues en casos extremos hasta es costeable.

Y así nos encontramos con la muerte en la vida cotidiana: Escuchamos sobre la muerte aquí y allá, en el va y viene de un espectáculo que parece no tener fin, aquí en olas de violencia resultado de la “necesaria guerra contra el narcotráfico”, de ataques terroristas allá, a un lado la foto de una sexy modelo de periódico, con apantallantes y llamativos titulares, como noticia de último momento, y por si fuera poco como videojuegos o películas, para todos los gustos y edades. Esta es la muerte en la mayoría de sus presentaciones, para la venta diaria, clasificada y enumerada  para  su éxito  en el número de víctimas, ¡una de las mercancías de mayor venta en el mercado mundial! Tal pareciera que estuviéramos en el campo de croquet con la Reina Roja, en aquel extraño país de las maravillas, jugando y observando el espectáculo de las cabezas cortadas, esperando claro que no mande a cortar la nuestra, ya lo dijo Eduardo Galeano: “si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”.

Todos los días convivimos con la muerte, nos divertimos y sorprendemos jugando con ella o si nos parece mejor conmoviéndonos, para el guste de nuestra recta moral, como un bufón que pasa frente a nuestra casa, la miramos de lejos “juntos pero no revueltos”,  ya que aunque sea paradójico no tiene el derecho de entrar a nuestros  apacibles hogares, no es bienvenida como huésped, así que al verla pasando  bajita la mano cerramos nuestra puerta con tres candados, aseguramos la ventana y tapamos todo posible orificio por donde pudiera lograr filtrarse, parecemos tener todo fríamente calculado para evitar su llegada y así suponemos poder reírnos  de ella sin consecuencia alguna (con esa risa que se entremezclada con el llanto, llena de nerviosismo y miedo), esperando que no pase de ser una mala broma.

¡Y así termino esperando no haberles quitado mucho de su valiosísimo tiempo de sus valiosas vidas!

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