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Charlie

A Jack le gustaba Jimi Hendrix. Le gustaba el disco Are You Experienced, el disco no era suyo pero lo escuchaba todo el tiempo, en un tocadiscos que no era suyo, encerrado en un cuarto que tampoco era de él. El cuarto y los LP´s que estaban ahí eran de Charlie, su hermano mayor.

Lo que sí poseía Jack a los catorce años era un póster de Janis Joplin y una pared donde colgarlo, en la habitación que compartía con sus dos hermanos menores. Alguien le había dicho que Joplin y Hendrix eran amantes. Veía la foto de la Joplin y la imaginaba junto a Jimi en backstages orgiásticos y psicodélicos, los veía muy lejos, idos, enamorados, los veía cogiendo como dioses enfurecidos. Jack decía que eran sus ídolos. En la otra habitación de la casa vivían su madre y su hermana.

Charlie tenía una colección aceptable de discos, en su mayoría de rock. El dinero que ganaba limpiando el sexto piso de un edificio corporativo lo destinaba para dos cosas: ahorrar y comprar discos. Era comprensible que cerrara su cuarto con llave, resguardando su dinero y sus cosas de sus hermanos pequeños, más cuando la ausencia esta vez no era de una tarde sino de meses. Lo que ningún adulto sabía y que los niños no denunciaban por miedo, era que Jack tenía una copia de esa llave.

Prácticamente todas las tardes de la primavera de 1970 Jack escuchó Are You Experienced, también escuchó, sin tanta devoción, a los Stones y a los Doors. Lo trataba con tanto cuidado, al sacarlo de la caja y colocarlo en el plato, al poner la aguja, que algunas veces pensó que el disco estaba vivo. Se movía con sigilo en el cuarto, para no dejar rastros, ponía el disco, se echaba en la cama y musitaba: Purple haze all in my brain, lately things don´t seem the same.

El sol se ponía en Oakland y Jack pensaba en Charlie, que estaba en Vietnam, recordaba algunos reportajes en la televisión donde se mostraba a los soldados muy alegres, como si estuvieran de vacaciones, y sonreía, pero luego se decía que una guerra no podía ser así, y veía a Charlie, la persona más valiente que conocía, aterrado, suplicando por regresar a casa. Se levantó de un salto, no quería pensar en eso, miró por la ventana, hacia el Pacífico, brillaba la primera estrella de la noche, pronto regresaría su madre.

A la mañana siguiente, rumbo a la escuela, se encontró con una compañera y la convenció de faltar a clases, la invitó a su casa a escuchar música. Ella se llamaba Karen y era el primer ser humano al que Jack consideraba bello. Decidieron tomar la ruta más larga y pasar cerca del centro para comprar un helado. En el camino se toparon con una manifestación de mexicanos, les acompañaban unos tipos con apariencia de panteras negras, gritaban consignas que Karen traducía - ¡Viva la raza nueva, la raza unida! Los padres de Karen eran mexicanos. Jack sintió curiosidad por una pancarta donde se leía: “El Triste Teatro”.

Esta vez abrió el cuarto con naturalidad, como si fuera suyo. Es de mi hermano, dijo para convencerse a sí mismo. Invitó a Karen a sentarse, envalentonado, puso primero el lado B de su disco preferido, para que sonara May this be love. Con el mismo exceso de seguridad le preguntó si fumaba, ella respondió que no, marihuana, dijo él, tal vez, dijo Karen. Jack extrajo un porro del fondo de un cajón, lo fumaron hasta la mitad.

El tocadiscos seguía encendido, parecía que las bocinas habían estado crepitando durante horas, Jack no quería ser grosero con Karen, no sabía como decirle que le disculpara un momento, aturdido y feliz se dedicó a contemplar a la chica y al ocaso en la bahía, naranja casi amarillo, surrealista. En ese momento se escuchó que alguien entraba a la casa, es mi madre, dijo Jack, luego se quedó quieto, Karen comprendió que debía quedarse callada.

Buenas tardes señorita, buenas tardes Jack ¿Quién quiere ir mañana a Sacramento para ver a Jimi Hendrix? dijo Charlie.  

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