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Memoria

Nacimos en plena catástrofe. Somos, como dicen algunos, los hijos de la crisis. No conocimos el milagro mexicano ni la región más transparente, para cuando llegamos el dinero se lo habían gastado ¿en qué? y el cielo de la ciudad era más gris que el polvo. Los libros de historia y nuestros padres mencionaban con sospechosa insistencia, con tanta nostalgia, un pasado boyante y esplendoroso.

Estaban orgullosos de su pasado, y no es que nosotros no lo estuviéramos ¿lo estamos? pero aprendimos rápido a desconfiar de su desbordada nostalgia. Nacimos más o menos cuando el terremoto del 85, se notaba una especie de orgullo cuando lo recordaban, decían que la sociedad mexicana se había solidarizado, que miles de voluntarios trabajaron sin descanso en búsqueda de sobrevivientes. ¿Qué motivo de orgullo había en ayudar al otro? Es patológico, hay que ver el orgullo que le causa “ayudar” a televisa, restregándonos en la cara lo buenos que son.

Nuestras familias, a veces escarbando muy atrás, fueron pudientes, de alcurnia, todas. Carlos Fuentes escribió: la clase media mexicana, para sentirse aristócrata, recurre a la nostalgia. No sólo la clase media, el país entero sufre de valoraciones psicóticas sobre el tiempo, todo tiempo pasado fue mejor y el progreso es inevitable. No comprendíamos muy bien, pero ellos atribuían a errores particulares y accidentes nuestro desfavorecido presente. Por eso le decían crisis y no "estado ideal del capitalismo", como después aprendimos que se llamaba ese atolladero, este atolladero.

Las cosas no estaban tan mal (ya sueno como ellos), al menos alcanzamos a jugar en las calles (libertad que no conocieron nuestros hermanos pequeños) aunque cada vez menos lejos de casa, cada vez más temprano y lo que al principio era cautela se convirtió en miedo, y todo mundo en sospechoso, la aberrante prohibición “no hables con extraños” ejemplifica el aislamiento y el mutismo que quisieron imponernos a fuerza del miedo.
  
El discurso oficialista sostiene que quejarse es de pusilánimes, que en este país cada quien tiene lo que merece; pero existen culpables, así como nuestros padres fueron reprimidos por sus padres, y ellos por sus padres, y ellos por sus padres... Ellos nos encerraron y nos sentaron frente a la televisión, quisieron arrastrarnos a su narcotizado sueño del espectáculo. En este mundo de colaboracionistas y resistentes, parafraseando a Paul Virilio, ellos eran colaboracionistas; los colaboracionistas silenciosos, agachones, delatores. Creyeron que esta vida se trataba de trabajar y cobrar, de producir y acumular, nunca sacaron la cabeza del culo para darse cuenta que otros mundos eran posibles.

Aunque algunos, la verdad, parecían venir de otro mundo. Fueron los profesores que nos enseñaron a pensar sin miedo, los pocos que sabían que había otros libros más allá de los de texto. Fueron los padres que sabían que a final de cuentas all you need is love y lo practicaron como una forma de vida.  Fueron los que  lucharon con dignidad, que nunca traicionaron. Los guerrilleros heroicos, los héroes anónimos que defendieron todas las banderas del sur contra el imperio del norte. Los grandes poetas, y los descomunales, pero sobre todo los menores, los olvidados, que una buena noche se lanzaron al abismo persiguiendo a la belleza, y la trajeron de vuelta. Fue la clase olvidada, los que nunca formaron parte del proyecto, los habitantes del extrarradio, que resistieron con estoicismo condiciones de vida que los poderosos son incapaces de imaginar.

Quizá con similares argucias de la memoria recordaremos lo que nos conviene. Dejaremos de recordar la historia oficial, que en este país es la historia priista. No volveremos a recordar a las revoluciones con horror, al 68 como una tragedia, otra vez un error ¿a quién le convenía? Recordaremos el espíritu revolucionario de los estudiantes antes que los discursos fascistas dictados por el imperio. 1968 no fue sólo el 2 de octubre. Ellos dicen que perdieron, ignoran que la partida no ha terminado.

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