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Tomar la palabra

Decía Carl Amery que el nazismo es el modelo de uso del lenguaje en la política oficial del Siglo XXI. Un lenguaje que convierte en comunes los intereses de la clase en el poder, que reduce y transforma en “datos” los crímenes de Estado, que hoy puede afirmar, por encima de 60 000 muertos, que “vamos ganando la guerra contra el narcotráfico”, que este ha sido el proceso electoral “más limpio de toda la historia”.

Hoy tratamos de evitar la llegada al ejecutivo de un dictador que declaraba, en 2006, con una mano en la cintura, que el operativo de Atenco no era más que “el ejercicio legítimo de la fuerza pública para defender el interés común”. No se llamaban violaciones a mujeres, no se llamaba Alexis Benhumea el estudiante asesinado. Desde entonces y hasta hoy, aún inmersos en esta guerra absurda -que hemos bautizado como “guerra de Calderón” frente al falso concepto de “guerra contra el narcotráfico”-, la resistencia social ha buscado re-significar la realidad, romper estos discursos prefabricados, incluso ponerle nombre a lo que no tiene nombre. Su oponente son Ellos que han querido dominar ese ámbito donde la razón y las imágenes se mezclan de una forma misteriosa, casi a modo de milagro: el lenguaje.

Así como los asesores de Calderón se empeñaron en darle sentido al absurdo de la guerra echando mano de eslogans como “Que la droga no llegue a tus hijos”, los que manejan los hilos de Peña intentaron sostener sobre alfileres que ese asesino, que entre otras cosas no ha leído ni tres libros, era el nuevo presidente de México. Es más, que los mexicanos lo íbamos a elegir. Repartieron dinero a televisa, lo casaron con la Gaviota y compraron a nuestra gente para mantener esa mentira. Y es que, como nos recordaban los 68, el verdadero oponente son los mass media, es la “cultura oficial” que reproduce a diario y difumina, el concepto de “hombre” que conviene al capitalismo. Decía Marcuse que los mass media son el agente seudo neutral de la contrarrevolución, los responsables de la apatía, de la desmovilización, y de la criminalización de la protesta.

Son Televisa y TV Azteca, son los mismos. Entre otras cosas, nos han querido robar la palabra “rebelde”, se han empeñado en mostrar el esfuerzo del Morena como “necedad”, bautizaron el apoyo popular de Obrador con el nombre de “populismo” y apenas en recientes fechas, no reparan en tachar a la digna rebeldía de Cherán de “desesperación irracional”. Han convertido palabras como “solidaridad” en estigmas priistas y los “compromisos” en limosnas que los de arriba dan a los de abajo. Tras esta vorágine de nociones confusas, de una situación de “crisis del lenguaje” en el ámbito de la política, la búsqueda está en construir lenguajes para resistir. Ya no es sólo reinventar la dimensión política, sino incluso la lingüística, ambas consustanciales al ser humano.

Y ahí tenemos el lenguaje de los zapatistas que en su praxis han construido un español con un fuerte dejo de las lenguas indígenas. Nadie puede negar que hay poesía en cada uno de sus comunicados. Los zapatistas, que a decir de Marcos, heredaron su discurso de los “revolucionarios subterráneos” y no de los ortodoxos. Para Juan Gelman, el zapatismo está nutrido de rupturas sintácticas extraordinarias.

Una mañana de sol en Xochimilco, Adolfo Gilly celebraba que los estudiantes volvimos a la escena política, con el lenguaje propio de nuestra generación. Lo cierto es que hoy se desatan debates sobre la pertinencia política del lenguaje breve y visual del facebook y del twiter, algunos incluso hemos desconfiado del movimiento porque lo vemos más cargado de diseñadores gráficos que de artistas. Lo importante es ubicar los alcances y limitantes de estos usos del lenguaje.

De todo esto, lo que da esperanza, es la posibilidad de estar ante una resistencia en construcción. Nos estamos apalabrando, apenas desprendiéndonos de las telarañas ideológicas del discurso oficial, dibujando un posicionamiento político propio. El movimiento estudiantil de nuestra generación empieza a decir sus verdades y a defenderlas. Tal vez la lucha más complicada está en lograr que el #yosoy132 pierda su carácter de “eslogan de moda” propio de los medios cibernéticos, y se convierta en una consigna llena de sentido.

“La verdad os hará libres” citaban a Cristo los Ibero, recuperando una tradición religiosa que antepone la palabra, el verbo, a todo acto creativo. En medio de tanto relativismo e información del ciberespacio, cabe también recuperar a Walter Benjamin, judío y amante del lenguaje, para quien las únicas verdades son aquellas que se defienden con la vida. Las únicas que Ellos, los Peña, los Calderón, los Televisa, no pueden construir. 

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