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Los intelectuales orgánicos

A finales de 2011 Carlos Salinas de Gortari publicó un libro titulado ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana, en el que hacía una crítica a los “intelectuales mexicanos”, que consistía en utilizar el concepto de intelectual orgánico, derivado de la teoría Gramsciana, para descalificarlos.

El historiador Enrique Krauze, aludido en este libro, respondió a esta acusación en una entrevista  dada al noticiero radiofónico de Carmen Aristegui, argumentado que el intelectual orgánico está absolutamente ligado a un partido político, y que si existía un intelectual orgánico era el mismo Carlos Salinas de Gortari, que ante la falta de intelectuales priistas salía a la palestra para ser el nuevo intelectual orgánico del PRI.

Tanto Salinas como Krauze exhibieron claramente que pese a la seguridad con que manosean la teoría gramsciana, se encuentran muy lejos de comprenderla, pues el intelectual orgánico al que hace referencia Gramsci en Los cuadernos de la cárcel, es aquél que por una funcionalidad intrínseca a su actividad tiende a la reproducción de la hegemonía existente, o por el contrarío, a la subversión de ésta, por lo tanto el intelectual puede ser orgánico a la hegemonía o a la contra hegemonía. Gramsci también nos deja claro que todas las clases sociales tienen intelectuales orgánicos, que difunden y legitiman la ideología propia de esa clase, por lo que reducir el concepto de intelectual orgánico a un apelativo descalificativo, como lo hace Salinas, o asegurara que estos son sólo aquellos políticos que reproducen la ideología de un partido, como asegura Krauze, no es más que una interpretación errónea del concepto.

Sin embargo, más allá de lo gracioso que puede ser el hecho de que estos sujetos tengan dificultades para leer a Gramsci, lo que hoy resulta interesante y en cierta medida preocupante, es como cierto grupo de intelectuales perteneciente a una clase social dominante, hacen uso del reconocimiento nacional que tienen y del impacto que su figura en la conciencia social, para lanzar publicaciones y declaraciones disimuladas por aires democráticos e incluso izquierdosos, que no pretenden más que legitimar a un régimen político que durante décadas ha sometido y ultrajado a la ciudadanía y a toda posibilidad de disidencia intelectual.

Desde meses previos a las “elecciones” vividas el 1 de julio de 2012 en México, desfilaron las declaraciones de intelectuales como las de José Narro Robles, Enrique Krauze, Nicolás Alvarado y Héctor Aguilar Camín, por mencionar algunos, que reproducían un discurso político que validaba a las instituciones mexicanas y aseguraba la existencia de un México democrático, todo esto a la luz de una serie de protestas sociales que denunciaban el advenimiento de un fraude electoral.

José Narro Robles

El  26 de junio del 2012 en vísperas de las elecciones, cuando alumnos y académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) salían de las aulas para manifestarse en contra de la posible imposición de Peña Nieto como presidente, José Narro rector de la UNAM, daba un informe sobre la auditoría que dicha institución había hecho al Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) del Instituto Federal Electoral (IFE), en donde afirmaba que tal programa era absolutamente confiable. La importancia de esta declaración radica en el hecho de que la figura del rector de la máxima casa de estudios del país, cuenta con un halo de confiabilidad derivado de la legitimidad que esta institución ostenta, y que repercute socialmente.

De esta forma, con tal afirmación Narro no sólo estaba certificando al PREP, sino a los mecanismos utilizados por el IFE, y por ende al IFE y a todo el proceso electoral, pues el exhibirse al lado del consejero presidente del IFE, el negar la posibilidad de un fraude cibernético y asegurar que durante la auditoría no se encontró ninguna posibilidad de manipular el sistema, permitía crear una imagen de seguridad que respaldaba al  proceso electoral.

Enrique Krauze

El 5 de julio de 2012, sólo cuatro días después de las elecciones en México, cuando ya se anunciaba a Enrique Peña Nieto como ganador y en todo el país decenas de miles de mexicanos salían a las calles a protestar por las visibles irregularidades en el proceso electoral, Krauze publicaba en el periódico El país un artículo titulado "México: Democracia en construcción", en donde llegaba a la conclusión de que debido a que cuarenta y nueve millones de personas acudieron a votar, un millón de ciudadanos contaron votos y otro millón supervisó el proceso electoral, se podía asegurar que  la dictadura perfecta había quedado en el pasado y que lo que hoy se vivía en México era una democracia en construcción.

Es claro que con esta aseveración Krauze buscaba dejar en la mente de sus lectores una imagen limpia de las elecciones, pues ni por equivocación mencionó las denuncias que los movimientos sociales que ya se desbordaban en las calles levantaban en contra de las visibles irregularidades en el proceso electoral. Es esta omisión por parte de Krauze lo que parece más cuestionable, sobre todo porque se trata de un historiador, y, mucho más, porque se trata de un historiador que se autodenomina liberal.

Pero es justamente esta incongruencia entre el discurso de Krauze y la forma en que se autodefine, lo que le ha valido una serie de acusaciones que le imputan el papel de legitimador de la clase política de Televisa, y por lo tanto, del poder político hegemónico, el mismo que ha negado rotundamente. Sin embargo, parece ser que este sujeto no logra entender que mientras siga asegurando que en México existe una democracia sólida que no peligra con el regreso del PRI; mientras continúe afirmando que la libertad de expresión ha sido limitada sólo por los criminales y nunca sea crítico del monopolio informativo; y mientras siga reduciendo a aquellos movimientos apartidistas que pugnan por la democracia, a simples paleros del “mesías tropical”, no podrá dejar de ser visto como un conservador del poder hegemónico actual.

Nicolás Alvarado

Nicolás Alvarado es un intelectual que haciendo ultraje del arte y la cultura se ha creado una imagen de erudito, que utiliza para lanzar opiniones políticas limitadas de análisis y de un nivel crítico digno de un priista de las lomas, y no de un docto del arte. Basta con entrar al portal “periodístico” sin embargo.com y buscarlo en la sección de opinión para encontrar declaraciones en las que, por ejemplo, asegura que si los mexicanos nos quejamos de los candidatos a la presidencia, es porque queremos un Dios que nos resuelva los problemas; o cuando reduce los conflictos postelectorales a la cerrazón de un candidato que no entiende el juego de la democracia, en el que a veces unos pierden y otros ganan.

Las dificultad de Alvarado para hacer un análisis objetivo de la realidad política que se vive hoy en el país es entendible cuando sale a la luz que toda la cultura y el conocimiento mamado por este intelectual, fue concebida en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía del priismo, que al parecer,  le imprimió una camisa de fuerza en la mente que hoy le impide objetividad y libertad de pensamiento para desarrollar una opinión verdaderamente crítica.

Alvarado es el ejemplo claro de que eso de ser un hombre de “vasta cultura” no basta, porque a él no le alcanza para llegar al horizonte de visibilidad que le permita ver más allá de la vida cómoda que las familias de los políticos priistas suelen procurarse, no le alcanza y ante ello no se puede esperar de él más que el que siga utilizando su intelecto para reproducir el discurso de la clase en el poder, que tantos privilegios le ha brindado.


Héctor Aguilar Camín

Se dice novelista, periodista e historiador, pero si a Héctor Aguilar Camín lo definiéramos más por su historia que por sus palabras, tendríamos que llamarle el juglar del priísmo, porque si existe alguien que ha hecho narrativa para dar credibilidad al PRI, es este sujeto. Digamos que él está muy orgánicamente ligado a este partido político desde el salinismo, y aunque no cese de negarlo, sus declaraciones tienen una tendencia muy clara, tan clara que incluso el ejercicio de mencionar algunas de sus opiniones sería ocioso, pues sólo basta leer o escuchar cualquier cosa, cualquiera que haya escrito o declarado, para notarlo.

Aguilar Camín es de esos que siempre salen a dar patadas cuando se arma el mitote, ya sea para defender al PRI, o a Televisa, o a Milenio, o a cualquier agrupación, compañía o persona poderosa, y con poder me refiero a todos aquellos que hoy dominan las finanzas, la información e incluso al crimen organizado del país.

A todos estos intelectuales orgánicamente ligados al poder hegemónico, se les une un grupo de actores de telenovela encargados de leer noticias en los distintos programas informativos del país, y  una lista larga de periodistas que acaparan los diarios impresos nacionales. Todos estos personajes, que por oficio deberían estar comprometidos con la verdad y la objetividad, se han distinguido por falsear y omitir información, pero más aún, por hacer uso del discurso para crear la ficción de un México democrático, en el que incluso, ochenta y cinco mil asesinados pueden ser puestos entre comillas.

Con esta situación Gramsci nos demuestra una vez más los aciertos de su teoría, pues la coyuntura actual nos permite visibilizar mejor que nunca el papel de los intelectuales y los técnicos orgánicos como sujetos inherentemente ligados a los intereses de la clase a la que pertenecen, y por tanto, como reproductores y legitimadores de sus formas. Pero no los juzguemos de malvados, más bien usémoslos como pistas para darnos cuenta de dónde están aquellas fallas del sistema, aquellas que al estar debilitadas buscan ser reforzadas con la figura y el discurso de un intelectual, y entendamos, que estos pobres intelectuales intrínsecamente ligados a los dominantes, son incapaces de darse cuenta que están siendo dominados por su propia dominación.

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