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Quedémonos la esperanza para soñar la utopía: algunas líneas sobre #Yosoy132

En estos tiempos aciagos transito por caminos que saltan desenfrenadamente de la angustia, la tristeza, el coraje y hasta la rabia, a otros poblados de posibilidades tangibles que se pueden abrir con las yemas de los dedos, de esperanzas floridas que no se cierran durante las noches sin luna. Las palabras de Freire hacen eco en las peores horas: “Soñar no es sólo un acto político necesario, sino también una connotación de la forma histórico-social de estar siendo mujeres y hombres. […] No hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza” (Freire 2009, 87).

No me acuerdo quién lo dijo y tampoco recuerdo cómo dijo aquello de que la esperanza no era la espera pasiva de quien aguarda a que el universo se componga, sino la espera en la praxis, una praxis que se alimenta de la esperanza en los hombres y las mujeres. A lo mejor esto también lo dijo Freire, a lo mejor no, pero a estas alturas así lo pienso yo. Y bueno, si la esperanza es la espera en la praxis, la utopía es el camino por el que anda la praxis de mujeres y hombres que luchan por ser libres. Ya Galeano lo decía: “la utopía nos sirve para caminar”.

En estos tiempos infinitamente dolorosos, la esperanza en la utopía me parece urgente e imprescindible. Si es cierto que para generar un cambio radical (entendiendo radical por desde la raíz) es necesario soñar y no hay sueño sin esperanza, el sueño entonces es la utopía, y la posibilidad de imaginarla y de construirla es lo único que nos salvará de estos días de oscurantismo. Por fortuna, existen movimientos sociales que todos los días dan la lucha, que encienden luces en el camino, alimentando la esperanza y la confianza en la humanidad, que abrasan el corazón, con “s” de brasa,  para arder colectivamente ―no parece casualidad que, en este sentido, el YoSoy132 convoque diciendo: “Si no ardemos juntos, ¿quién iluminará esta oscuridad?”.

Cada uno de estos movimientos, desde su diversidad, va delineando ideales de sociedad, utopías, con sus limitaciones y contradicciones, pero con un espíritu creativo y liberador que a todos nos toca abrazar (hora sí con “z”).

Aunque, ante la desolación a la que me arrojan estos amaneceres negros, mis esperanzas encuentran razón de ser justamente en la diversidad y vastedad de los distintos movimientos, tanto de México como de América Latina y el mundo, en esta ocasión dedicaré estas letras a pensar, como en voz alta, las posibilidades de construcción de utopía ―o utopías― que se han abierto con el movimiento estudiantil YoSoy132. Habrá que dedicar otras líneas, en otro momento, para repensar las lecciones que ya nos han dado el EZLN, Cherán, Ostula, las comunidades amuzgas en resistencia en Guerrero, Huexca y tantos más, y que es urgente recuperar.

Partir desde lo que los zapatistas sueñan y construyen todos los días, parece ser un buen comienzo para pensar la utopía: “Un mundo donde quepan muchos mundos”.

De acuerdo con Adolfo Sánchez Vázquez, “No hay utopía, anticipación de una sociedad mejor y, por ello, deseable, sin la crítica de la sociedad existente e indeseable por ser inferior o peor que la deseada. Y no hay crítica que no presuponga los valores y principios que han de encarnarse ―más allá de la sociedad criticada― en lo que no es todavía, pero se considera que puede y debe ser” (Sánchez Vázquez 2000, 299). Y más aún, justo porque la utopía cuestiona el orden existente de las cosas, es que, en sí misma, es subversiva: “Subvierte lo real y abre una puerta a lo posible.” (263). Y en tanto abre una puerta a lo posible, plantea la existencia de una alternativa. En ese potencial de vida, de construcción de un mundo mejor, la utopía comienza a existir. Claro que no se trata de una existencia puramente en el terreno de lo ideal, sino de un existir que, en tanto posible y deseable, demanda a los soñadores, a los utópicos, una praxis en la construcción de ese mundo mejor. Y así, cada paso que apunta a la materialización de ese futuro deseable, va transformando las relaciones cotidianas de hombres y mujeres, existe o va existiendo.

En este sentido, los muchachos del YoSoy132, que demandan las democratización y horizontalidad de las relaciones políticas (con todo lo que ello implica, pasando por la democratización de los medios de información, del poder, de las relaciones sociales en su conjunto), con su praxis en cada asamblea, la forma en la que se comunican, organizan y toman decisiones, van transformando su forma de estar con y en el mundo.

Sánchez Vázquez anota también que “la utopía es valiosa y deseable justamente por su contraste con lo real, cuyo valor rechaza y, por consiguiente, considera detestable. […] Y sólo porque se halla en relación con una realidad que, por detestable es criticada, se hace necesaria” (263).

Innegablemente habría un montón de elementos sobre los cuales profundizar con respecto al movimiento estudiantil que en estos meses hemos visto emerger y tomar forma, pero no es mi objetivo hacer un balance de las cosas buenas y malas que se fraguan dentro y alrededor del YoSoy132. Mi intención es reconocer el papel que han tenido en el curso histórico del país a últimas fechas. En dos sentidos: primero, visibilizando el enorme malestar social, las terribles condiciones de existencia a las que los grupos de poder nos quieren atar y, segundo, planteando, aun con sus infinitas limitaciones, alternativas que, aunque mínimas, abonan a la transformación de esta situación social, económica, política, cultural y en última instancia de existencia.

Junto con Sánchez Vázquez y Freire, pienso que los sueños y las utopías son necesarios para cambiar el mundo, para hacerlo un lugar digno, hermoso, justo, bello, para todas y todos. El trabajo del movimiento estudiantil (no sólo en México, vale decir) es valioso en tanto ha contribuido junto con otros movimientos sociales ya de largo historial, a que nos confrontemos con la realidad que padecemos. Al mismo tiempo, consciente o inconscientemente, nos convoca a pensar un mundo distinto. El movimiento vuela, sueña, transforma, nos llama a construir utopías, a hacerlas realidad.

Yo, con los zapatistas, y espero que con muchos del 132, creo que otro mundo es posible y quiero que sea ese donde quepan muchos mundos.


Bibliografía:
Sánchez Vázquez, Adolfo, Entre la realidad y la utopía. Ensayos sobre política, moral y socialismo, FCE-UNAM, México, 2000.
Freire, Paulo, Pedagogía de la esperanza, Siglo XXI, México, 2009.

2 comentarios:

Maria dijo...

Escribes hermoso, tus palabras son la esperanza misma. Si la utopía nos hace caminar, que cada paso resuene en el eco de nuestros cánticos de guerreros.

Miriam dijo...

Lo pongo en mi muro de FB, obvio con tu firma.

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