Nos mudamos:

www.ylosrinocerontesbostezan.com

El retorno a la madre calma

El milagro de la vida se gesta en el agua. Dentro de un útero tibio y apacible comienza toda historia de vida humana: el feto cobijado por líquido siente latir por primera vez su corazón, mueve su cuerpo  y da su primera sonrisa.

Arropado por la madre comprende la calma, contenido en un pequeño espacio experimenta la libertad y ahí, en esas aguas quietas, se descubre impasible en un principio que no supone un final sin conocimiento del sufrimiento de la vida.

Este bello episodio dura poco, muy poco; de golpe el milagro de la vida es arrojado al mundo exterior, es convertido en hombre, en sujeto, en historia; se halla sometido al aire y el respirar le pesa y sofoca. Dicen que el nacer es el primer trauma del bebé, eso se supone y nunca se sabrá, pero si algo queda claro es que siempre existirá en todo humano el deseo de regresar a la calma, al agua.

Una vez que el hombre respira el mundo y atisba la primera sensación de dolor, comienza la máxima tarea de su existencia: la búsqueda eterna por el retorno.

Cuando el recuerdo del agua se le presenta al hombre como un cúmulo de sensaciones placenteras, éste comienza a buscarla de nuevo. Los ríos, lagos y la mar significarán siempre para él la vida, y en su lucha por estar en ella de nuevo, se perderá en los lamentos ocasionados por un mundo lleno de aguas tempestuosas ante las que se halla vulnerable y expuesto a la muerte.

La madre, que en un principio le proveyó el ambiente perfecto para iniciar la vida, se le revela ahora como una mujer voluble de delicado cuerpo que lo invita a sumergirse en su vientre, pero que amenaza constantemente con arrebatarle la existencia que le brindó.

La mar es el caso más preocupante para el hombre, ya que representa a la madre dando a luz, la que nos arrojó al exterior, aquella mujer en trabajo de parto que convulsa nos regañó, lastimó y envió al sufrimiento.

La primera vez que el hombre se encuentra parado a la orilla de la playa y mira hacia la infinitud del cuerpo de su madre, descubre la belleza sublime de la que lo vio nacer; a la vez, sufre su insignificancia y siente como se exacerba su miedo al mundo exterior.

Las reacciones de los hombres ante esta emoción son diversas: algunos negarán el dolor y entrarán en sus aguas una y otra vez buscando ser aceptados de nuevo por ella; los más sensatos reconocerán su necesidad de agua serena, pero al saberse incapaces de volverla a encontrar, se aterraran y desarrollaran un miedo a ella; los más tontos -la mayoría- buscarán a toda costa controlarla y la someterán en grandes piletas de concreto donde la sentirán suya, aunque ella ya se encuentre muerta.

El  agua es paradoja en la vida del hombre, es deseo de calma y temor a la muerte, alegría y sufrimiento, totalidad y pequeñez: la mayor obsesión por el control.

El hombre que no acepta haber sido desprendido de su madre vivirá siempre con la necesidad de retornar a las aguas tibias y tranquilas que alguna vez lo arroparon y ante la imposibilidad, buscará controlarla a toda costa: huirá de la lluvia y se bañara bajo la regadera, temerá a la mar y nunca sentirá respeto por ella; sin embargo, la poseerá y hará una fiesta de este hecho.

Los balnearios son la máxima expresión del control del hombre sobre la madre que lo niega, es el agua que desea: en calma, cálida y transparente, aquella que no lastima, pero que tampoco tiene esencia, sin flujo, ni corriente.

Sin embargo, el agua aunque se encuentre sin vida nos regocija, nos cura y a alguno que otro lo duerme y regresa al vientre; nos da alegría y nos mueve en un vaivén de cuerpos que encuentran dentro de un cubo de agua a la madre que alguna vez brindó calma, aquella que nos vio nacer.

0 comentarios:

Publicar un comentario