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Toboganes

El sueño muchas veces puede ser más fuerte que la experiencia misma
Gaston Bachelard

El balneario es un espacio estético, en donde la imaginación se vuelve fibra de vidrio y sensaciones concretas. El hombre tiene que caer, morir, atravesar el bardo. Desde niños nos fascina deslizarnos hacia abajo, sentir la caída libre. Y así como la llama secretamente, en la profundidad de los sueños de grandes resonancias, nos aconseja arder, arder hacia arriba en una ascensión espiritual. Los toboganes son hijos de la inmersión de grandes proporciones mitológicas, nos llaman al abismo, al vértigo, a las ganas de caer totalmente.

La caída. Suspensión del suelo, del principio de gravedad, nos conduce a la exaltación de los sentidos, una ráfaga de vida. La caída nos es tan atractiva, nos orilla a asomar la cara a la muerte. En el caso del tobogán, la muerte es controlada y de colores pastel, pero aún así, muerte.Se entra al vientre de la ballena a morir para luego renacer.

“La conquista de lo superfluo otorga una excitación espiritual mucho más grande que la conquista de lo necesario. El hombre es una creación del deseo y no de la necesidad.”  (Bachelard;1966)

La vida cotidiana está construida por una infinidad de oportunidades estéticas. Y pocas oportunidades son tan obvias como lo es un tobogán que, aunque atrapado dentro de la maquinaria que todo lo hace sombras, tiene en sí el rastro y potencial de su origen simbólico que es el abismo. Un rito de paso y elemento crucial en el camino del héroe: todos deben cruzarlo, todos deben saltar para conocerse a sí mismos.

Los juegos mecánicos funcionan de manera similar, orillándonos a la sensación necrófila. Pero carecen de un elemento esencial que determina en sí a todo el fenómeno tobogán: el agua. El agua en los sueños, agua profunda, agua de abismos,  mensajera del inconsciente profundo, del sentimiento oceánico. El agua y la caída. Los toboganes son una simulación, un retorno al acto de morir para luego renacer. Ritual moderno, que sólo puede suceder a partir de sus condiciones completamente lúdicas: en los toboganes se es un niño. 

No hay una razón específicamente productiva y calculadora para lanzarse a través de un tubo de PVC de color verde chillón, pero sí hay una función claramente simbólica: uno se avienta para dejarse de lado, para olvidarse de sí mismo. Lanzarse al vacío, controlado por un salvavidas -por supuesto-, pero aún así a un vacío estructural, un espacio sin suelo.

La salida es la resurrección. Los padres esperan al niño, los amigos a sus amigas, las amantes a sus amantes; se postran en los pies del tobogán para contemplar la caída, el renacimiento. La cara de terror o de absoluta alegría y el gran splash del agua. El hombre ha nacido de nuevo y de nuevo morirá: se ha vuelto a formar en la fila del abismo.

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