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Singularidades desgarradura del laboratorio ruptura epistemológica de la universidad latina, estas son
algunas de las reflexiones que he podido re-producir a través de sus diversas voces e interlocuciones
generativas. Parto de esas contrastaciones para esbozar algunos apuntes en torno a la acentuada
patologización, medicalización y psiquiatrización que acechan nuestra época considerándolas como
muestras de contemporáneos y cruciales nichos de mercado en despunte. Acudiendo al descentrado
nudo disperso, al crucial y decisivo punto de inflexión en el compartido y propio camino recorrido que
ha posibilitado diversos giros inacabados e inagotables: Michel Foucault. Las posibilidades que ofrece
una analítica como la foucaultiana, claramente antiinstitucionalista y sin nociones psicosociológicas de
autoridad, fijada en las múltiples y móviles relaciones de poder o juegos de verdad que se confrontan en
los infinitos contactos sinápticos entre el cuerpo individual y el poder político, en el entramado de diversos
escaños contentivos de una red de dispositivos de poder resulta del todo atractiva por su descentrada
plausibilidad respecto a las nuevas mutaciones del mercado local e internacional.

Apuntalando un enfoque genealógico a lo largo de su producción Foucault señala que a partir del siglo XIX
nuevos giros de varios islotes disciplinarios (como la disciplina de las ordenas religiosas, de los conquistados
cuerpos sociales en proceso de colonización, entre otros) comienzan a confluir y operar en reformulados
dispositivos de poder. Ya no se habla de la anterioridad fundadora de una macrofísica de la soberanía donde relaciones heterogéneas entre la función soberano y la función sujeto <<se desplazaban y circulaban por encima de singularidades de manera discontinua, incidental y ocasional>>, ahora se observa un proceso de reconcentración y perfeccionamiento de un poder anónimo, múltiple, discreto, repartido en el que la
corporeidad con sus potencias y azares se convierte en una superficie de prescripciones, un blanco, más
adelante formulado en términos de realidad biopolítica, que se ocupa de capturar sus individualizados
gestos, tiempos, comportamientos para su enderezamiento y adiestramiento. Comienza a perfilarse una era
de las sociedades disciplinarias en la que <<el cuerpo del individuo se convierte en uno de los objetivos
principales de la intervención del Estado>>. Es en este marco donde Foucault en el curso de 1973-74 que
impartía en el colegio de francia se ocupa de analizar una estrategia biopolítica central: la medicina, en
específico una de sus versiones más paradójicas y violentas el poder psiquiátrico. El cambio que hay
respecto a anteriores producciones que versaban sobre este tópico, como “Historia de la locura en la época
clásica” o “El nacimiento de la clínica” es que ahora lo crucial no serán los grandes sistemas de
representaciones sino la operación o funcionamiento del poder psiquiátrico a nivel capilar, en el encuentro
sináptico entre médico y “enfermo”. Teniendo como referente el escenario, tácticas, estrategias y
posicionamientos que propone Foucault en tanto microfísica del poder retomo la problemática sobre las
nuevas industrias farmaceúticas y de salud para escarbar acerca del importante papel que desempeña el
poder médico, la neutra y purificada mirada o conciencia médica, y las redes de control político, económico
y social que se juegan en la asimétrica relación médico paciente.

Abundan los programas televisivos, artículos, libros, etc. donde la “autorizada e irrebatible palabra” del
saber médico tiene neurálgica relevancia en las diversas estáticas planteadas: foros de médicos hablándote
sobre los males que aquejan nuestras viciadas individualidades somáticas, en cualquier lugar cabe la
centrada y erudita opinión o consejos “noblemente brindados” por los autómatas ejércitos de normalidad
y moralidad de la medicina, crucial estrategia biopolítica en las sociedades disciplinarias. Lo cierto es que
a occidente y las malos pero lamentablemente reales absurdos de replica que se tienden a lo largo de
la esfera se le olvida que la palabra de este amo, por más neutral, autónoma, objetiva e incuestionable
que interesadamente se trate de mostrar no deja de emerger, parafraseando a Foucault en “La vida de
los hombres infames”, en un sistema histórico con específicos entramados de poder, desplazándose,
alimentándose, reformulándose incesantemente.

La patologización socio-mental de la que nos hablan las instruidas autoridades médicas funge un papel
esencial en el repunte de la industria farmacéutica y de salud como cruciales fuentes lucrativas donde el
cuerpo humano, convertido en blanco de dispositivos individualizantes, entra en un mercado económico.
A ello se liga <<la preponderancia concedida a la patología>> que, siguiendo a Foucault, <<se convierte en
una forma general de reguhación de la sociedad>>. De esta manera el siglo XIX marco el nacimiento de las
anomalías, irregularidades e ilegalidades como nuevas fuentes de lucro. En este sentido la <<función psi>>,
es decir, la función psiquiátrica, psicopatológica, psicosociológica o psicocriminológica <<se convierte en
el discurso, introducción y control de todos los esquemas de individualización, normalización y sujeción de
los individuos dentro de los sistemas disciplinarios>>. Estos agentes de organización de un dispositivo que
se activa cuando la familia falla, por tanto tienen como objetivo la refamiliarización, la normalización y el
enderezamiento <<te devolveremos una persona que estará efectivamente conforme, adaptada, ajustada
a tu sistema de poder>> ponen en actividad un sinnúmero de intercambios o conexiones que reactivan y
fortalecen los hilos del mercado capitalista al integrar y organizar la explotación del lucro con el cuerpo-
mente de los alienados y desviados.

“Los sistemas disciplinarios tuvieron una primera función, una función masiva, una función global, que
vemos surgir con claridad en el siglo XVIII: ajustar la multiplicidad de individuos a los aparatos de producción o los aparatos del Estado que los controlan, e incluso adaptar el principio de acumulación de hombres a la acumulación de capital. En sus márgenes, y por su carácter normalizador, esos sistemas disciplinarios daban necesariamente origen, por exclusión y a título residual, a otras tantas anomalías, ilegalidades e irregularidades [… fuente de lucro por una parte y fortalecimiento del poder por otra” (Foucault, 2007: 137)

Por tanto resulta clave analizar la “sutil” pero constante guerra de baja intensidad que se libra respecto
al cuidado y adiestramiento que nos conminan a llevar a cabo como obligación para protegernos
de enfermedades. Cada vez más nos bombardean a diario con alertas diagnosticas sobre las
respectivas “desviaciones” “anormalidades” sea cual sea la falla a corregir u ocultar queda tranquilo porque
la industria medica, que brega por sostener el mar de apariencias en que se fincan acentuadas ilusiones
colectivas, siempre tendrá el secreto para remediarlo. Sólo habrá que pagar una módica o extensa cantidad
para que este a tú alcance, basta una primera vez para que te conviertas en su esclavo de consumo pero
despreocúpate porque todo lo hacen por tu bien. Al respecto dice Foucault en “la vida de los hombres
infames”.

“En el siglo XIX aparece en todos los países del mundo una copiosa literatura sobre la salud, sobre la
obligación de los individuos a garantizar su salud, la de su familia, etc. El concepto de limpieza, de higiene
como limpieza, ocupa un lugar central en todas estas exhortaciones morales sobre la salud” (Foucault,
1990:68).

Y continua socavando al preguntar

“¿Cuál es el destino del lucro derivado de la salud? Aparentemente esta financiación va a parar a los
médicos pero los que realmente obtienen la mayor rentabilidad de la salud son las grandes empresas
farmacéuticas. En efecto la industria farmacéutica está sosteni`a por la financiación colectiva de la
salud y la enfermedad, por mediación de las instituciones del seguro social que obtienen fondos de las
personas que obligatoriamente deben protegerse contra las enfermedades… los médicos la conocen perfectamente, estos profesionales dan cada vez más cuenta de que se están convirtiendo en intermediarios
casi automáticos entre la industria farmacéutica y la demanda del cliente, es decir, en simples distribuidores
de medicamentos y medicación” (Foucault, 1990:83)

En esta tecnología del cuerpo social también caben los vacuos índices de una industria de la belleza nacida
de nuestro pánico a la muerte, de la huida fetichizada de las propias formas, olores, particularidades…
defectos… cuerpo, cara, hasta transpirar está mal…estériles batallas contra la vejez, muestra indiscutible
del miedo, uno de tantos, en torno a los que giran los imbéciles modelos modernos de vida. Porque no
mejor aceptar la muerte y comenzar a vivirla, ya no la que te lleve por un infructuoso camino de vacíos
pasos a seguir, de absurdos modelos perfeccionados de vida que resultan, y siempre se quedaran así, ajenos
a la explosión de posibilidades que supone construir un rumbo en resistencia y combate frontal contra la
alienación consumista, patologizante, superficial que nos ofertan las sociedades contemporáneas.

Pero también se da el caso que todas esas anomalías o desviaciones podrían ser peligroso signo de un mal
mayor: “una enfermedad mental, una alteración psíquica”. Hace poco leí un artículo sobre el enfermo
continente europeo donde un instruido psiquiatra nos ilustra acerca de los peligros que aquejan a la
población del conquistador continente. El encabezado reza así “Un informe revela que uno de cada 10
habitantes de la región sufre de enfermedades como ansiedad, insomnio o depresión […] Sin embargo, sólo
un tercio de esos enfermos recibe la terapia o la medicación necesaria”.

Al respecto agrega el docto conocedor de la patología “Por eso deberíamos prestarles más atención y
desarrollar y mejorar los dispositivos asistenciales que van dirigidos a detectarlas precozmente, y facilitar
tratamientos cuanto antes” es decir, no sólo tratamiento sino prevención… pero medicalizada y continua:
“No hay evidencias de que las tasas de trastornos mentales o neurológicos hayan aumentado en estos años
a raíz de la crisis económica que vivimos”

Porque ojo el problema en todo caso eres tú, no el sistema, no las disparidades estructurales y sistemáticas,
no la explotación-dominación ilimitada de la que somos blanco, sino tú enfermedad, tú anormalidad
degenerativa por ello los psiquiatras o psicólogos, los “dueños de la locura” [<<el médico es quien la hace
mostrarse en su verdad (cuando se oculta, permanece emboscada o silenciosa) y quien la domina, la aplaca
y la disuelve, tras haberla desencadenado sabiamente>>] están ahí para conducirte terapéuticamente, en
tanto individuo subjetivizado y psicologizado, por los tortuosos laberintos de tú enfermedad.

En este punto, y en especial respecto a la psiquiatría, resultaría inevitable dar cuenta de la relación de poder
como a priori de la práctica psiquiátrica, relación fundada en el <<derecho absoluto de la no locura o razón
sobre la locura>>, confrontación donde se juega un invaluable nicho de mercado. Es decir, la relación
médico-paciente-enfermo-anormal siempre emerge bajo referentes y mecanismos de poder en acción o re-
accionados, entre esas individualidades en juego o entre los diversos discursos y prácticas de los que
respectivamente son productos o efectos. Las posiciones son inevitables, por tanto mejor sería asumir ese
poder que se re-presenta <<para ver en qué medida se puede rectificar o aplicar el modelo>> o desecharlo
por completo, cuestionamiento y critica de la práctica propia en interacción con otras singularidades son
ineludibles y apremiantes sobre todo en el marco de encierro asilar. De algunas voces he oído que la
psiquiatría se ha presentado como la opción a la que se arriba en una situación extrema, desesperada y que
por tanto ha resultado una opción, si bien no la mejor, frente al asfixiante impasse en que se estaba. Lo
cierto es hay muchas prácticas, certezas y discursos cuestionables que siguen operando en la terapéutica
retrograda de ese poder psiquiátrico, signado desde los primeros pasos de la protopsiquiatría de finales del
siglo XVIII y principios del XIX con Esquirol, Pinel o Mason Cox por la disociación entre sus discursos de
verdad o justificación científica y la práctica psiquiátrica. La operación terapéutica de la psiquiatría avanzó
sin siquiera preguntarse por las bases teóricas en que se sostenían sus procedimientos, sólo surgió de facto
como un agregado amorfo del bien asentado saber médico arrogado al interior de todas sus verdades
científicas. No sólo pesa esa disociación sino las peligrosas resonancias de prescripciones cristianas fundadas en una visión y tratamiento moral de la “alienación”, cuando una cuestión de medicina se convirtió por extensión en una cuestión moral, en una afrenta contra las buenas conciencias de la sociedad. Ahí donde el psiquiatra, pero también el psicólogo se mostraron como los paladines más importantes en la cruzada
contras las inadmisibles indecencias de las singulares vociferaciones desenfrenadas de indomeñables
experiencias de locura.

La verdad de las singularidades sin-razón no importa, y no sólo eso es cancelada, el enfermo <<es
abandonado a la arbitrariedad del médico sin posibilidad de apelación>>. Lo que en realidad cuenta
es el diagnostico que la neutra y objetiva mirada del psiquiatra o psicólogo pueda decir con base a las
clasificaciones homogeneizantes y generalizantes que memorizo sin cuestionar durante su formación (por
tanto los cercos que se van tendiendo desde las instituciones al dejar de lado los debates epistemológicos
sobre los saberes o discursos que dan cuerpo a sus prácticas ocupan también un punto importante). Él te
dirá en que casilla de la cada vez más perfeccionada cuadrícula patologizante, como el DSM IV, caíste y de la que sólo podrás salir si te alineas a las demandas sociales de productividad y docilidad que se imponen en la focalización de dispositivos concentrados y potencializados por ejemplo del encierro asilar. Tal vez uno o dos chochos, antidepresivos, inhibidores, antipsicóticos, que “sean necesarios” te ayudaran en el camino, pero eso no supone un problema porque tú medico sabrá curarte.

En este punto cabria recordar los límites que pesan sobre el universalizante saber médico de occidente
(respecto a otras alternativas medicinales como la medicina tradicional que entiende el malestar o síntoma
desde la singularidad en que emerge, incluso la misma homeopatía fundada en un principio de escucha y
tratamiento global del cuerpo, etc.), totalmente descontextualizado, anclado en un cerebrocentrismo, en
una la psicofarmacología no sólo del tratamiento sino de la prevención , en un practica terapéutica con
tendenciosos tintes morales de corrección, dirección, docilidad y normalización.

“La medicina del siglo XIX creyó que establecía lo que se podría denominar las normas de los patológico,
creyó conocer lo que en todos los lugares y en todos los tiempos debería ser considerado como
enfermedad” (Foucault, 1990:21)

Frente a esta promoción de enfermedades para medicalizarnos al acomodarnos con los intereses de
mercado resulta clave preguntarnos por la industria de ortopedia social y mental, por la manipulación de
la locura en función de cualidades físicas y morales, entenderlas como efectos de un orden disciplinario
inmanente anclado en un principio panóptico como intensificador de poder, como control constante que
nos coloca en una perpetua situación de ser observado y trazado por diversos sistemas isotópicos en los
que la familia cubre y opera un lugar fundamental para enlazar estos dispositivos articulados bajo el trabajo
constante de la norma y la anomia. Por ello Foucault nos recuerda en la “Historia de la locura”.

“El escándalo estriba solamente en el hecho de que los locos son la verdad brutal del confinamiento, el
instrumento pasivo de lo que éste tiene de peor. ¿No es preciso ver en este hecho la señal –lugar común
de toda la literatura del confinamiento del siglo XVIII—que la estancia en una casa de forzados conduce
necesariamente a la locura? A fuerza de vivir en ese mundo delirante, en medio del triunfo de la sinrazón,
es imposible dejar de unirse, por la fatalidad de los lugares y de las cosas, a aquellos que son el símbolo
viviente de ello” (Foucault, 2010:93).

Busquemos pues nosotros legos, resuena Freud, alternativas otras, apelando al contrapoder que supuso
el problema de la simulación en las histéricas como poderosa efectividad de lucha militante, como real
antipsiquiatría.

No aceptemos medicalizaciones ni patologizaciones fáciles, dadas. Como me enseñó un búho, aprendamos a vivir nuestra muerte.

Finalizo agradeciendo a santa maria la ribera =) por sostener estos desnudos puños locura fundidos en
incesantes tumbos de devoradora espiral infinita

1 comentarios:

Lidia Malagón dijo...

me quedo pensando en la "juridificación" de la gama de diagnósticos de la anomia, por un lado, y por otro, justo he estado vinculando películas protagonizadas por la locura, me mandas las q se te ocurran? escribo en las q estado pensando: Atrapado sin salida, Expreso de medianoche, Inocencia interrumpida, 12 monos, le Huitième Jour

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