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Vagabundo


Su belleza caminando en el mundo, sus ojos mirándome con inefable ternura, sus manos rozando suavemente mi cara y yo… perpleja, intimidada por su presencia.  Parecía como si él también me estuviera soñando, los dos solos en un escenario oscuro y lluvioso, tal como nos gustaba…

Trataba de no llorar, la pesadez de la realidad me sobrepasaba y lo único que me quedaba era recostarme en el piso frío con la espalda desnuda para tranquilizarme.

Todas las canciones que secretamente le había dedicado sonaban al mismo tiempo y me lamentaba el haberle negado la oportunidad de saber que todas esas melodías eran para él, todo por mi miedo a revelarle mis sentimientos.

Y cerraba mis ojos, me aferraba a la idea de que mis pensamientos lo llamarían para traerlo a mis sueños, así como la primera vez después de lo sucedido. Pero el sueño no llegaba a mí, simplemente no podía dormir.

Después de algunos días u horas (no lo recuerdo) dejé de recostarme en el piso, mis pulmones empezaban a resentir el frío de aquellos días y alguna extraña enfermedad amenazaba con lastimarme, así que decidí acostarme nuevamente en mi cama, sin la mínima esperanza de dormir. Sólo quería calor, aunque no fuera el suyo.

Pensaba en todo lo que me contaba cuando caminábamos y trataba de recrear cada escena, gesto y palabra suya para sentirlo nuevamente, y sí, a veces funcionaba, tanto que hasta me reía con él.

-Qué chistoso- decía en voz alta, me sentía más cómoda como estaba ahora, no temía a decir alguna tontería o alguna incoherencia de la que él pudiera burlarse, no había más drama, no más dudas.

No lloraba su muerte, para mí la muerte es algo por lo que dejé de preocuparme algunos años atrás, desde que comencé a verla desde otra perspectiva, no como un fin sino como un principio, no como algo a vencer sino como algo ya vencido. Lloraba por mi cobardía, por mi falta de agallas para decirle que lo amaba profundamente y que no me importaba su continuo desprecio. Lloraba por mí.

Asistí a su sepelio más por compromiso que por voluntad y al llegar al panteón para enterrarlo dolorosamente, me di cuenta de algo que hasta el día de hoy no lo gro entender.

Al entrar, comencé a caminar sobre los cuerpos inertes que yacían en sus respectivas cajas y al no encontrar a ningún familiar de él, decidí desviar mi pena leyendo algunas lápidas que contenían datos muy específicos (nombre completo y año de nacimiento y fallecimiento) y otros no tanto, como los epitafios.

Algunas lápidas llamaron mi atención, Ofelia S…. y Rafael Z…. 1898-1999, Caminamos juntos toda una vida y así lo seguiremos haciendo. Con cariño, sus hijos, nietos y bisnietos. O este, Jabel C… 1902-1982, Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá (Job 1:21) Con amor, tu esposa. Allá nos vemos.

Seguía caminando hasta que llegué a uno que capturó mi atención, pues estaba a la sombra de una jacaranda y decía: Josué F. 1987-2002. Aquí yace aquel que nunca leyó mis cartas. Con desprecio, María Luisa. No lo podía creer, mi nombre estaba escrito ahí, justo después del “con desprecio”. Era imposible, me tallé los ojos hasta dejarlos rojos para asegurarme de que estaba bien despierta. Y lo estaba.

Me di la vuelta y vi otro árbol con una lápida semejante a la anterior, así que corrí para verla: Josué F. 1987-2005. Descansan los restos de un hombre que ignoró mi existencia. Con resentimiento, María Luisa., y otra vez mi nombre, dedicando aquellas miserables palabras.

-No es posible- pensé, debe ser una broma muy pesada, como las que él me acostumbraba a hacer.

Alcancé rápidamente a sus hermanos y les di un abrazo lamentando lo ocurrido, les pregunté dónde había quedado Josué, -junto a su abuelo- me contestaron. Me apresuré entonces a ver la lápida que inmediatamente colocaron, Josué F. 1987-2013. Vagabundo de este mundo, vagabundo de mi vida. Con añoranza, María Luisa.

Sí, era cierto, tres veces lo maté y lo enterré y no sé si habrá una cuarta. O quizá fue esta la definitiva.


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