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Lobo

Era un lobo lleno de  furia, con  cejas completamente fungidas y con el hocico semi-abierto, mostrando su enorme mordida, salivando, pidiéndome a gritos un movimiento para capturarme. Yo estaba completamente paralizada, lo observaba fijamente a los ojos llena de pavor; él en posición de ataque, ¿yo? Lista para huir. Lo único que quería era salir corriendo, ¿pero hacia dónde? me atraparía a donde fuera ¿cuál era la opción? ¿qué podía hacer? Mientras la luz de la luna se desvanecía entre las nubes y las estrellas dejaban de parpadear, los árboles y los animales que estaban a mi alrededor se hallaban en silencio, eran  espectadores ansiosos  de ver acción;  la tensión se respiraba en el aire, era una interminable agonía.

Sólo un movimiento sutil y ligero es lo que él necesitaba para terminar conmigo, yo quería gritar y llorar, pero no lo tenía permitido, era un ser completamente aterrador que no podía mostrar ni el más mínimo gesto de miedo, si lo hacía, perdería, me destrozaría. De repente mi mente se quedó en blanco, dejé de pensar en el miedo, en la forma de escapar; y fue en ese momento que logré ver en su mirada todo lo que alguna vez me causó odio, furia, enojo, frustración, miedo, tristeza, lágrimas..., era como ver mi vida pasar en un minuto frente a mí, esa bestia me era familiar, todos esos sentimientos que preferí mantener en secreto, enjaulados en un rincón oscuro donde nunca nadie fue capaz de verlos, estaban ahí.

No podía evitar destruyeran mi interior a cada instante; y entonces lo entendí todo, esa bestia en efecto era parte de mí, ya había acabado de destruirme por dentro  y por fin había salido  en busca de más sangre, quería venganza, alimentar su odio, ver sufrimiento.

Era como verme en el espejo y verme por primera vez tal cual era. En esa bestia estaba mi ser completamente expuesto y yo era solamente el caparazón; me había convertido en un espectro. Me determiné a moverme, ¡que más daba! En ese momento todo mi miedo había perdido sentido, mi cuerpo se liberó de la posición de huida y, antes de que pudiera darme cuenta, la bestia ya estaba encima de mí desgarrándome, cada una de mis partes iban siendo cercenadas hasta el final.  Me dejó ahí completamente destrozada, comenzó a rodearme  para asegurarse de que de mí no quedara nada; su hocico estaba lleno de sangre,  su mirada era cada vez más dura y lacerante; no parecía satisfecho quería más, pude notar una ligera y maquiavélica sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron por última vez.  Me quedé inmóvil  y ella salió corriendo en busca de más.

La luna volvió a salir de su escondite, las estrellas parpadearon de nuevo, pero los árboles aún estaban paralizados, arrepentidos de haber sido espectadores de tal masacre, comenzaron a agitarse, con ayuda del viento sus hojas contaban el acontecimiento advirtiendo lo que se avecinaba; la bestia estaba suelta. 

Yo seguía ahí sin poder moverme, ni siquiera tenía ganas de llorar, no sentía dolor, sólo veía como mi sangre empapaba la tierra, las hojas secas, las pequeñas flores; veía  los insectos huir al ver a sus compañeros hundirse en el charco de sangre. Esto es lo que quedaba de mí. ¿Qué he creado? Debí sentir miedo, angustia, culpa, y  en cambio en mí empezó a crecer una inmensa paz, era algo que hace mucho no sentía, la bestia había salido dejando en su  lugar  un dulce  vació,  ya no importaba nada. 

Torné la mirada al cielo, la luna llena iluminaba lo poco que quedaba de mí, y ante el caos que me rodeaba, sonreí, una sonrisa enorme, real, de esas que creía haber olvidado, después, mis ojos se cerraron. ¿Es que acaso había perdido?

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