Nos mudamos:

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Ella

Ella está lista desde hace media hora, ha tomado un baño y espera con ansiedad el sonido del timbre, ella, sí, la otra ella ha decidido tomar un par de cervezas
y duplicarse al andar, mirarse las manos y distinguir la lenta estela de color que se multiplica de forma densa al perder la cohesión de su propia  imagen, la ansiedad
las mata, no les permite parpadear, un lento jadeo se incuba en el fondo del estómago, el tiempo las separó, desde pequeñas se odiaban, los recuerdos acechan
las ventanas, el lento caer del agua que acobija la tarde hace sublime la tardanza mientras el vaivén del rímel pretende hipnotizar la diminuta existencia de
miedo que carcome las manecillas del reloj. A ella la cubren cientos de colores químicos que ruborizan su sonrisa, a la otra, la vida le concedió una fina capa
de hermosura innata que anda al descubierto desde que dejó todos sus fantasmas guardados en el cajón.

No hay una razón por la que decidieron no pertenecer la una a la otra durante este largo lapso de inexistencia, no hay explicación para el inminente rencuentro
 a la luz de las sombras bajo la cornisa que las acobijaba en secreto cuando sus manos se difuminaban en un solo barniz de uñas, no, ninguna de ellas pretende
encontrar esa respuesta. Un letargo creciente electrifica la esquina de asfalto cuando a lo lejos las siluetas mueven las caderas haciendo cada vez más nítida
la perdición que se acerca con cadencia perpetua. Un suspiro y un ávido deseo sexual que termina reprimido entre las piernas, un par de sonrisas siniestras, chispas en
el transformador, cursi relato escrito en la bóveda del pensamiento acompañado de una risa culpable y tímida, los sonidos de la calle se acrecientan, los pasos
ahogados en charcos, los murmullos hirientes, las miradas extrañas que evaden la obvia realidad, nada puede hacer mella en un espíritu tan vivo, tan ardiente, aunque
el cansancio quiera adueñarse de la rigidez de sus músculos, la otra sin titubear extenderá su mano para erguirse y sumarse en ideal.

El agua escurre dramáticamente por la frente de ella, la otra, sostiene en arrogante acto una sombrilla de tela fina que gotea lejos de la humanidad perfecta
que se dibuja centímetro a centímetro entre vapores de alcantarilla y edificios penumbrosos, el estridente sonido del relámpago le hace sacudirse involuntariamente
hasta comenzar a distorsionarse, el cristal de la pantalla se la ha llevado nuevamente, mañana si el frío y el hambre se lo permiten, en aquella esquina seguirá
esperándola, las monedas seguirán oxidándose en el pedazo de cartón que hará las veces de cobija, mañana, si el alma así lo quiere, ella vendrá como madre, la
ayudará a levantarse y perdonará el tiempo que ha desperdiciado acostada en aquella esquina con la mano extendida, o quizás no, mañana tal vez necesite a su
hermana para platicarle sobre aquella mujer de la sombrilla que le sonrió a pesar de la desolada percepción y aspecto ultrajado que ha maniatado otra esencia
salvaje, a pesar del dolor y de las palabras duplicadas que imploran clemencia, ella sabe que todo es mejor de esa forma puesto que es la única manera en que
se aleja del terror de ver ante sí, a  la hija que el tiempo se llevó para vomitarla desde su interior. Ella no ha sido capaz de perdonarse, jamás regresará
a casa.


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