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Tiempo en el cigarrillo


Es muy probable que esa banca, en medio del pasar de cientos y cientos de personas, estuviese puesta ahí sólo para que ellos se encontrasen. El arquitecto, el ingeniero y el obrero que participaron del proyecto lo sabían, pero en la cláusula de construcción se pedía que guardaran irrestricto silencio. El herrero no lo supo, el encargo fue en serie y así lo hizo, por lo tanto no eran tan cómodas ni conjugaban alguna forma en la cual ambos se precipitaran el uno sobre el otro de una forma salvaje y natural.

Él llegó cansado, se sentó sobre ese armazón en cuanto pudo escapar de las hileras de gente que siguen la rutina de la ciudad, antes ya había intentado fumar un cigarrillo y fue interrumpido por viejos colegas de la academia. Pensaba que ahora, en ese lugar, podría gozar de principio a fin su tabaco sin prestar atención a más de lo mismo; ahora podría dejar correr las escenas dentro de su cabeza, como si se tratasen de un film de esos que se hacen llamar “independientes”.

Falló su intención, alguien se acercó a pedirle dinero y le contó su historia de desgracias, él las escuchó y como suele hacerse, dio unas palabras de aliento junto a la moneda, que le fueron retribuidas con una bendición y una paleta de esas con sabor a refresco de cola. Mientras esto ocurría, ella se sentó a su lado y encendió un cigarro, observaba y escuchaba la conversación de él con aquel sujeto con medio cráneo jodido por algún accidente. Él advirtió que ella estaba ahí, pero no miro lo suficiente como para diagnosticar si era guapa o una más de la ciudad. Guapa para él significaba alguien en quien valía la pena pensar más de diez o veinte minutos después de haberle visto y no ocurría a menudo desde hacía ya buen tiempo, pero ocurría.

Vieron los dos cómo se alejaba aquel sujeto y su bolsa repleta de paletitas con sabor a refresco de cola. Él le prestó más atención a ella, estaba ahí junto a él, y no era guapa, era bella; con su cigarrillo en la boca se proyectaba una escena digna de esos films independientes que él producía en su cabeza. Se vieron dos o tres segundos. Una breve sonrisa y él, sin más por su mente, decidió encender su cigarrillo y disponerse a fumar con la complacencia que estaba esperando desde el principio. La tenía a su lado, pensó en decirle "hola", pero no, eso arruinaría la tranquilidad de fumar su cigarrillo de principio a fin.

Siguió la escena en su película y como buen productor independiente divorciado de los finales románticos y cómicos, decidió dejarla ir con la certeza de que pudieron acercarse, conocerse, salir, beber, fumar, besarse y vivir una historia llena de locuras y buenos momentos, por qué no, hasta salpicada de amor. Pero no, eso no era una trama independiente, había que fumar el cigarrillo de principio a fin.
Se dice que la banca fue removida, el arquitecto, el ingeniero y los obreros fueron perseguidos por supuesto fraude ético al destino. El herrero sigue haciendo su trabajo, en serie y sin comodidades de tipo idílico en su producto.

Fin.

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