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Una blasfemia en día de guardar


En verdad quisiera entenderte, saber por qué el juego de locos que comienzas no nos compete pero sí nos degrada. Comprender sin afán de ser más que tú, pero sí con la esperanza de decirte que has estado equivocado. No interrumpas o hagas oídos sordos, por una vez sé atento y agradece que algunos aún seguimos recurriendo a tu estupidez hecha verdad. ¡Y qué verdad! Tan jodida como nuestra alma, tan mortífera como tu insana voluntad. ¿Qué ganas con cerrar las cortinas cuando el asombro de nuestra sangre es tu mejor retórica? Aplaude más, por lo menos da ese gusto a quienes pensando en ti desaparecen y mueren ciertos de que ha sido desde tu razón gloriosa. ¿Quieres que te cuente una historia? Anda, es algo pequeño, tú que gozas de gran misericordia, permíteme este capricho. Resulta que ella creía en ti, incluso bautizó a su hijo para hacerlo también parte de ti. Nació, creció, estudió, se reprodujo, se divirtió, y ahora también murió. Pero, ¿sabes?, ella no era vieja, tenía sólo 28 años, y no estaba muy enferma, como suele ser lo más aceptado de tu voluntad ante las muertes jóvenes. Trabajaba, así que no era una carga social que debiera ser convertida en estatua de sal. Ella quiso ser alegre una noche, y lo fue un momento, conversó, rio, bailó, se sonrojó. Ellos, llegaron y se la llevaron. La violaron y la mataron. Ella y ellos, no se conocían. Pero, tú si los conocías, los creaste, al parecer con tu bendición y eterna vanidad. A tu imagen y semejanza. Te cuento la historia, no por reprocharte algo, ya te lo dije. Sólo quiero saber, no más que tú, pero sí lo suficiente para  comprender: ¿Por qué con algunos eres tan bueno que permites la creencia, y con  otras, eres un cobarde, un verdadero, omnisciente, omnipresente hijo de puta?
¡Justicia por Freda y por todas!

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